Rosas y espinas

Alberto Garzón contra Perfectus Detritus

El ministro de Consumo, Alberto Garzón, en una comnparecencia en la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados. E.P./Eduardo Parra
El ministro de Consumo, Alberto Garzón, en una comnparecencia en la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados. E.P./Eduardo Parra

¿Ignorancia o mala fe? La machacona pregunta de Pedro Sánchez en el Senado sigue resonando como una maldición en corrillos de prensa y conciliábulos. Los ministros más enfadados ya la han convertido en tópica frase arrojadiza. Como el 'un poquito de por favor', pero de destrucción masiva. Lo que pasa es que esta derecha a veces solo te la explicas a través de este binomio insensato: ignorancia o mala fe. Y cada día añadimos un ejemplo nuevo.

Ayer, navegando por el twitter, me encontré esto de Alberto Garzón, a la sazón ministro de Consumo.

Alberto Garzón contra Perfectus Detritus

Supongo que, por cortesía gremial, nuestro ecocomunista más pinturero obvia desvelar qué grupo parlamentario elevó esta perogrullada zafia y antidemocrática. Y si esta pregunta la redactó por ignorancia o mala fe. En cualquiera de los dos casos, debería ser delito la labor obstruccionista de algunos diputados obligando al Gobierno a responder (o al menos meditar) absurdeces terraplanistas y ayuseces climáticas. Ya sé que es imposible. Que el derecho a ser imbécil es más amplio que el derecho a la libertad de expresión. Que las urnas están para corregir estos dislates.

Volviendo al tuit en cuestión, me resulta desde hace tiempo preocupante que se vaya abriendo el debate sobre hasta qué punto los padres son dueños del destino educacional de sus hijos. Los bares están llenos de padres que no quieren que sus hijos estudien gallego, que les imponen una educación religiosa porque sí, que niegan la formación sexual alegando que no quieren que sus hijos estudien el Kamasutra, que pegan al árbitro cuando el partido del colegio pinta mal, y todo en este plan tan triste.

Ahora, un grupo parlamentario de cuyo nombre Garzón no quiere acordarse nos anuncia que ha nacido una corriente antinutricionista súper fachiguay, que quiere a sus hijos reventones de colesterol y con las adiposidades sonrosadas por tanta chuche. Con una tasa del 17% de obesidad infantil, la frívola propuesta nega-nutricionista insulta a la razón en sede parlamentaria.

Además del matonismo, este descenso a las sentinas del conocimiento está minando los caminos del diálogo político, ya de por sí tan llenos de baches. No se puede dialogar con quien se dice dueño de la alimentación, la sexualidad o la religión de su hijo. Los hijos no son culpables de las ignorancias y supersticiones de sus padres. Tienen derecho a no heredarlas.

Bajar el nivel del debate a líneas de flotación tan a flor de quilla nos priva, también, de democracia. Si Garzón es obligado a contestar a tal necedad parlamentaria, nos estará trasmitiendo que no está ahí para proponer, sino para responder sandeces. La inutilidad de la política y los políticos es uno de los mantras que mejor le ha funcionado siempre al fascismo.

Una estúpida pregunta no puede destruir una democracia, pero una democracia se puede diluir en muchas estúpidas preguntas. Entonces, el poder de la mayoría será el poder de la ignorancia (que ya nos está pasando). Y ganará todas las elecciones.

No recuerdo quién dijo aquello de que democracia no significa que tu ignorancia valga tanto como mi sabiduría. Así, en bruto, suena un poco elitista. Además, ¿quién determina lo que es sabio o es ignaro?

Los derechistas antiguos y letrados usaban El Príncipe de Maquiavelo como hoja de ruta. Hoy han reducido sus lecturas a ese histórico y maravilloso tebeo de Uderzo y Goscinny titulado La cizaña. Perfectus Detritus es quien hoy marca el compás de nuestra capacidad de diálogo. Va a haber que consumir mucho jabalí para combatirlos, esbelto ministro de Consumo.

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