Rosas y espinas

El desmelenado juez Aguirre

El desmelenado juez Aguirre
Glòria Sánchez / Europa Press

Nuestro futuro político inmediato danza impúdico con togas y a lo loco. Es el lawstriptease. Si yo fuera Tezanos, en mi próximo sondeo del CIS le preguntaría a los españoles: ¿qué le preocupa más, un apocalipsis zombi o nuestros jueces? Yo ya prefiero a los zombis, si uno de los tres pilares de la democracia se sustenta sobre las ideas de unos magistrados en triciclo que parecen recién imaginados en el hotel de El Resplandor.

El juez Joaquín Aguirre se ha desmelenado y quiere reabrir la causa por alta traición contra Carles Puigdemont, Artur Mas y una decena larga de indepes. Todo para que no se beneficien de la amnistía. Su teoría es que el procés tuvo ignotos apoyos secretos de Vladimir Putin. Y que eso alteró la estabilidad de nuestra sacrosanta patria. No aporta el juez ninguna prueba, pero la trama queda muy pinturera porque los malos son rusos. Eso siempre funciona. Los jueces de hoy han suplido el papel de las mortecinas revistas del corazón de antaño: se alimentan de rumores y al populacho le encantan.

El desmelenado juez Aguirre tuvo que cerrar hace años esta investigación por orden de la Audiencia de Barcelona, que no veía rusos por ningún lado, pero el chaval tiene cuajo y persiste, y ha conseguido ser titular de las últimas portadas de nuestros grandes periódicos con esta nueva preimputación, o como se llame ahora, de Puigdemont y Artur Mas. Gran remate a puerta, aunque no hay balón.

Lo primero que yo me pregunto es si nuestros jueces no tienen cosas más importantes en que distraerse. Las leyes son interpretables, y por eso los jueces siempre han de estar metidos en política. Pero no para ser actores, sino solo apuntadores que susurren el verso correcto a la sociedad.


Yo no sé si hubo o no injerencia y financiación rusa en el procés, ni me importa. Vox nació subvencionado por un grupo exterrorista iraní: amamantados con dinero extranjero y aquí están jodiendo España.

En lo referente a la injerencia, cabe recordar que España y Europa refrendaron a un piernas llamado Juan Guaidó como presidente de Venezuela no hace tantos años. Luego le quitaron el honor, cuando Rusia invadió Ucrania y occidente necesitó el petróleo de Nicolás Maduro. Es el mercado, amigo Guaidó. Pero la maniobra hispano-europea de reconocer a un presidente a dedo es difícil de superar como injerencia extranjera, hasta continental. Por no hablar del posterior ridículo espantoso de des-reconocer a Guaidó, pobreciño mío, pelusa en las estanterías de la historia. ¿Cuándo es delito y cuándo no dar o admitir injerencia extranjera, si toda forma de política es injerencia?

Tenemos unos jueces lisérgicos que ya se atreven a todo. No les importa para nada que sus homólogos británicos, franceses, belgas, italianos y alemanes hayan rechazado sus órdenes de extradición por considerarlas fuera del derecho europeo: no hay sedición, no hay rebelión, no hay alta traición, no hay terrorismo. O sea: tenemos unos jueces en España que no comprenden el Derecho contemporáneo europeo, que dictan sentencia anclados en unos principios que ningún país civilizado comparte. Quieren ser el juez castigador, no el redentor. Y, si el código penal lo permitiera, condenarían a Puigdemont a la castración en un garrote vil electrificado que luego se rociaría con gasolina, se encendería como en la noche de San Juan, y finalmente un glorioso pelotón de legionarios lo acribillaría en tres patrióticas salvas.


Da miedo la Justicia española, y ese miedo da más miedo que ninguno. Porque el neonazismo se puede doblegar a votos. A la muerte se la puede ridiculizar dejando una sonriente calavera. Pero contra los jueces no tenemos nada que hacer. Que yo sepa.

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