Palabra de artivista

Esas sandalias horrorosas

A raíz de la famosa foto, manipulada hasta la saciedad por la derecha para hacer parecer a los revientamarchas católicos los mártires y a los pacíficos laicos, que fuimos acosados, insultados y provocados, los verdugos y acosadores, un intento de insulto que he leído en mil comentarios, blogs y tuits, es el del calzado que yo llevaba. "Esas sandalias que llevabas son horrorosas", han repetido los cristofascistas a modo de fatal injuria.

Esas sandalias horrorosas

En ningún comentario se ha visto más claro su cortedad de miras, su miedo, su servilismo social. Es un verdadero caso de escotoma: ven lo que quieren ver, no lo que hay. Y si no existe, lo completan.

Nunca ha sido más evidente el fascismo genérico, la categorización y el machismo que asola esta sociedad. La gente (especialmente los reaccionarios) sigue categorizando todo en términos binarios de hombre/mujer, masculino/femenino, feo/guapa... y les aterroriza, ofende e inquieta cualquier disidencia de la norma que han aceptado sin siquiera pensar. El ser humano tiene terror al cambio. Por eso es tan fácil imponer el pensamiento reaccionario de la derecha y tan difícil conseguir el más mínimo avance desde la izquierda.

La trampa machista ha sido muy efectiva controlando el cuerpo reproductor de la mujer, dificultando su libertad, imposibilitando la paridad que el feminismo quiere no sólo para las mujeres, sino para los hombres. El poder ha hecho un verdadero lavado de cerebro a la población que ya dura siglos. No saben por qué, pero saben que las mujeres deben esforzarse en adornar, ir adornadas, cuidar su vestimenta, calzado y apariencia, mientras el hombre puede descuidarse, es más, debe descuidarse porque es un síntoma de virilidad. Un hombre que va excesivamente conjuntado, cuidado o guapo, preocupado en complacer visualmente a los demás, en ser observado en lugar de ser observador (punto de vista hegemónico), es inmediatamente cuestionado como poco viril; ergo: potencialmente homosexual.

Y es entendiendo esa limitada forma de clasificar según la caduca dualidad genérica como se explica que se empeñasen en ver mi calzado, perfectamente propio para una manifestación en Agosto, como un fallo de etiqueta.

La mayoría de personas, ni digamos los cristofascistas que pretenden devolvernos al pasado, no se ha querido percatar de que mi apariencia no es fruto de una necesidad estética, fetichista o consensual. Es una provocación, es un acto político, es una reivindicación en sí misma. Quizás por ello no se hayan dado cuenta de que:

  1. Nunca me vestí de mujer. Me vestí de Shangay Lily. Como mucho de Diva. Ninguna mujer se viste como yo iba. Y de Diva multicultural. El turbante fue en todo momento muy premeditado para plantear los hábitos culturales musulmanes, indios o africanos en una sociedad homogénea que no se plantea lo subjetivo que es la definición de masculino y femenino (lo que en España se considera como ultrafemenino, una falda, por ejemplo, en Escocia es el ápice de la masculinidad guerrera gañana, como vimos en Braveheart).
  2. Hace muchos años (desde la presentación de mi primera novela y segundo libro, Escuela de glamour, más exactamente) que dejé de maquillarme y usar el turbante. Entonces la prensa saludó mi cambio con un surrealista "¡Milagro! Shangay Lily se ha convertido en un hombre". Concretamente en la revista Sorpresa! de 2000. En esta sociedad capitalista, acosada con la repetición de estereotipos fáciles de vender, es incomprensible que alguien utilice su imagen para algo más que encajar en los nichos ofrecidos.
  3. Si dejé de vestirme y maquillarme de lo que la sociedad entiende como "mujer" (ninguna mujer se viste así, repito) fue porque había sido encajado en ese constructo social, aceptado, asimilado, y ya no era efectiva mi disidencia, mi protesta, mi provocación para desafiar lo que es correcto, lo que es masculino o femenino, lo que es correcto o no.

Esas sandalias horrorosas

El hecho de que yo fuese vestido bastante informal con pantalones, una fresca camisa y un calzado cómodo, apropiado para una marcha de protesta, no para un photocall, se les escapa completamente. Y ello es posible porque me analizan con los parámetros machistas, clasistas y homófobos que les han enseñado. Es más, me los quieren imponer. Ha habido quien incluso me ha tachado de ir de pai de santo (sacerdote de la santería brasileña), bastante más cercano a mi intención. Hasta homosexuales antiguos y endohomófobos han intentado menospreciar mi activismo porque "te vistes de mujer", sin saber que esa homofobia y, sobre todo, misoginia, dice más de su ancestral servilismo que de mi inexistente intención o deseo de parecer una mujer. Y, sobre todo, de su deseo de travestirse. No pueden ver la transgresión, el acto político si en el fondo se ve con envidia la posibilidad de vestirse de mujer, algo que para mí fue siempre una pesada carga, un duro trabajo y un esfuerzo considerable que no me compensaba en sí mismo, sino en el activismo.

Sólo sabiendo esto se puede entender que en un conjunto de calle, salvo quizás por el turbante que servía a su función de protegerme la calva del sol, puedan ver una indumentaria femenina (ni digamos un "disfraz de transexual" concepto absurdo e imposible donde los haya; o se es transexual o no se es, lo demás es travestismo como mucho y, en este caso, prejuicios para querer ver a una vestimenta femenina donde hay una clara vestimenta masculina informal). Aún no se han repuesto de mi osadía de maquillarme, llevar tacones y lucir más glamour que sus mejores fantasías y de repente aparezco con lo que sólo se entiende desde la perspectiva de "masculino" (si es que eso existe).

Es verdaderamente hilarante su obcecación en imponer una dictadura, una jerarquía, un imperio de etiquetas que mantenga a todo el mundo atrapado en su nicho (diseñado por ellos, claro).Me divierte enormemente el empeño de los reaccionarios en mantener su corteza de mirada, su arcaico.

Así es: sólo entendiendo esa incultura, esa cortedad de miras, esa promoción de la incultura y la desinformación, se puede entender que de todo lo que proponía políticamente aquella tarde de agosto en la que, bandera gay en mano, fui a protestar por el intento de la derecha de restituir a la Iglesia en su Inquisición, sólo se quedasen con que a mi ego de seudo mujer (que nunca quise ser, como repetí en mil entrevistas y libros), de homosexual que se asemeja a una mujer en su miedo a no encajar en las normas heterocentristas (otro error que he aclarado en mil entrevistas; la maliciosa equiparación de homosexualidad con travestismo, ignorando las diferencias entre sexo, género y deseo), de súbdito del heterocentrismo, controlable por unos parámetros hegemónicos que quieren dictar lo correcto y lo erróneo, lo bonito y lo feo como si fuesen objetivos y no escandalosamente subjetivos y manipulados, de minoría oprimida por unas normas inventadas por el Patriarcado para controlar a sus peones, sólo se quedaron con que ese calzado no era bonito, no era lo suficientemente subyugante, no era "femenino". Intentaron apelar a mi sentido de la obediencia civil en medio de un acto de desobediencia civil.

Así de absurdos y ajenos a la realidad son ellos, los cristofascistas.

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