Mi televisión y otros animales

El día que Anómalo perdió lectores

¿Todavía no han leído el manifiesto en defensa de los derechos fundamentales en Internet? Pero al menos lo habrán difundido, ¿no? Con ese título, como para no.

En general estoy bastante de acuerdo con ese manifiesto. Mi privacidad es mía, tengo derecho a ella y nadie tiene que saber si lo que me estoy bajando de Internet es la versión extendida de Crepúsculo (con varios minutos más de castidad) o los brutos de la boda de un amigo. Y con esto quiero decir el material sin editar, ya que está claro que a los primos del pueblo no me los puede pasar por el eMule. A pesar del nombre.

Hasta aquí de acuerdo. Los puntos que resultan más conflictivos son los siguientes:

4.- La nueva legislación propuesta amenaza a los nuevos creadores y entorpece la creación cultural. Con Internet y los sucesivos avances tecnológicos se ha democratizado extraordinariamente la creación y emisión de contenidos de todo tipo, que ya no provienen prevalentemente de las industrias culturales tradicionales, sino de multitud de fuentes diferentes.

5.- Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo.

Punto Cuatro, engañas más bien a pocos. Lo que dices es cierto, pero ¿qué porcentaje del material que se mueve por Internet es copyleft? Comprendo que a veces se nos olvida porque últimamente las descargas se centran en series que la tele emite "gratis", pero Lost no es copyleft. Aún diría más: la creación audiovisual con este tipo de licencia suele aparecer más en formatos streaming que en descarga. Miren Superegos (por favor se lo pido: mírenla). Otra cosa es que una minoría de justos pague por el apabullante empuje de los pecadores, que está feo.

Y el punto cinco empieza bien, pero es el más flojo del decálogo. Puede ser víctima de una demagogia tan barata como la siguiente: imagínese que es usted un joyero y yo entro en su establecimiento con una pistola. Quizá tenga usted una raqueta de bádminton bajo el mostrador, que hubiera sido útil para defenderse contra una navaja. Pero, ¡ay, amigo! Qué poco puede su artículo deportivo contra los avances tecnológicos en el campo de las armas de fuego. Su industria está, por lo tanto, obsoleta y no tiene más remedio que darme esa sortija tan mona.

Otra cosa es que los que llevan el negocio obsoleto sean idiotas por no adecuarse a los tiempos que corren. Y corren que se las pelan. Por ejemplo: la gente está pagando a megaupload, rapidshare y demás para descargarse material. Un material que no es accesible de otra manera en muchos casos. Llámenme raro, pero estaría dispuesto a efectuar micropagos por acceder a una programación a la carta de series internacionales, de igual modo que hay mucha gente que paga por Digital + o paquetes de televisión por cable. Y me sentiría mucho más a gusto sabiendo que mi dinero sirve para que los responsables de mi serie favorita puedan seguir trabajando. Otra duda que me asalta es si el dinero que yo les entrego sirve para eso y no para pagar los bonus de un ejecutivo que ha reducido el presupuesto de toda su parrilla para que algún presidente italiano se lo siga llevando muerto. Es un suponer.

También me trago religiosamente los anuncios de las webs de teles españolas o de Spotify, que siguen funcionando con modelos basados en la publicidad invasiva. Y mira que son invasivos los anuncios de Spotify y de las webs de teles españolas. ¿Nadie ha oído hablar del efecto rebote en la imagen de marca cuando la publicidad molesta?

Y todo esto, amigos míos, es lo que apunta el sexto párrafo del manifiesto y lo que dice el ínclito Álex de la Iglesia. Será la barba, que nos hace sabios.

Dicho todo esto, dos últimas notas: la primera, que tampoco me gusta como huele esa parte del anteproyecto de Ley de Economía Sostenible; del resto paso hasta que me lo explique Leopoldo Abadía. Al igual que la SGAE, hace que cosas más o menos justas se cubran de un tizne bastante desagradable.

La segunda es que Enrique Dans me representa tanto como Curri Valenzuela. Sólo que ella hace más risa. Por si mandamos a alguien a debatir con Angelines, digo.

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