Todo es posible

Argumentario

Aunque me cuesta establecer un orden de prioridades entre lo malo y lo peor, quizá lo más penoso de las campañas electorales sean los llamados argumentarios. De aquí al 7 de junio vamos a despertarnos cada día con una pesada ración de consignas diarias, que incluyen réplicas, insultos y excesos verbales contra el adversario. A primera hora de la mañana, los equipos de campaña se reúnen para elaborar el contenido de la jornada electoral. A partir de ese momento, los candidatos van a repetir, hasta el hartazgo, la consigna del día. El mantra de esta cita electoral se reparte entre los trajes de Camps y los parados de

Zapatero.

Desayunos de trabajo, mítines, debates, ruedas de prensa y demás encuentros programados están estrictamente sujetos a la agenda temática. La radio y la televisión públicas, como es sabido, están obligadas a insertar gratis los espacios de propaganda política que a cada partido le corresponde por ley. Además de esta matraca diaria, los asesores negocian con las cadenas de televisión hasta el último detalle las intervenciones de sus candidatos. Repasan el mobiliario, la iluminación del plató, la posición de las cámaras, el maquillaje y demás elementos decisivos para lograr una buena comunicación no verbal. Los espectadores se fijan más en la forma que en el fondo y perciben cualquier disonancia entre lo que se dice y cómo se dice. Se pueden expresar grandes mentiras con firmeza o grandes verdades con vacilaciones. El resultado es muy visceral, se convence más con la mirada, los gestos, la voz, los ademanes, el porte y la indumentaria que con el argumentario de una campaña.

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