Todo es posible

Volver

Escribo desde el centro de un Madrid ardiente, ruidoso, sitiado por las obras, repleto de hormigoneras, carriles cortados, remodelación de aceras, calles valladas, obras en el metro, nubes de polvo, coches en doble fila y un tráfico infernal. En este septiembre hostil, la conversación más recurrente gira en torno a la nostalgia que sentimos del placentero verano y la flojera que produce enfrentarse a un otoño lleno de amenazas políticas, económicas y sanitarias. Es cierto que todos mis interlocutores vienen de practicar la pereza y la galbana. Han pasado un tiempo en un lugar sosegado, sin prisas, ni horarios, ni citas.

Sólo escucho quejas de esta ciudad caótica, que crece desmesuradamente y convierte a sus habitantes en seres irascibles, malhumorados, alérgicos y sordos. Y, sin embargo, cualquier forastero habla maravillas de los madrileños y de la intensa vida cultural que disfrutamos. Las estadísticas dicen que nos encontramos entre los españoles con mejor calidad de vida. Y probablemente es cierto, sobre todo, para quienes estén en condiciones de disfrutarlo.

Es cuestión de taparte un instante los ojos, la nariz y los oídos para aislarte de las obras, el polvo y los ruidos y ser consciente de que es un privilegio volver a la cotidianidad con energías renovadas; a un trabajo remunerado y, además, satisfactorio; al lugar donde estás enraizado. Necesitamos ser un poco trotamundos, desarraigarnos, para volver a arraigarnos. Es lo que dijo el juez Grande-Marlaska el pasado domingo en este periódico. Me pareció muy lúcido.

Más Noticias