Por Luis Suárez-Carreño, activista de La Comuna
Resulta fascinante comprobar, una vez más, la desvergonzada incoherencia de nuestros líderes e instituciones a la hora de rasgarse las vestiduras por las violaciones de los derechos humanos y la aplicación de la violencia militar contra la población civil.
En estos días en que se ha conmemorado con amplio y variado aparato por parte de las potencias occidentales el primer aniversario de la criminal invasión de Ucrania por las tropas rusas, se siguen produciendo a lo largo del planeta desmanes e injusticias que apenas hacen pestañear a nuestras autoridades, al menos a la mayoría de estas, como ahora veremos.
Miremos hacia Israel y Palestina: aunque quizás muchas personas no sean conscientes, estas semanas han estado preñadas de actos violentos, crímenes y otros hechos relacionados con aquel ‘conflicto’ (por utilizar un púdico término periodístico), a un ritmo inusualmente intenso incluso para los estándares de ese territorio acostumbrado a una violencia estructural, normalizada.
Por no remontarnos mucho, comencemos este recuento hace menos de un mes -el 27 de enero- en la ciudad palestina (cisjordana, en terminología oficial) de Yenin: una razia israelí -que en lenguaje oficial sería una redada- se salda con 10 palestinos asesinados (entre ellos una mujer anciana), y alguno más en las protestas subsiguientes. Lo que da lugar a la suspensión, una vez más, de la precaria cooperación en materia de seguridad de la Autoridad Nacional Palestina con el gobierno israelí, y a una tanda de bombardeos desde y hacia la franja de Gaza.
Al día siguiente, se produce la matanza de 8 judíos en una sinagoga de Jerusalén Este, a manos de un palestino armado que es abatido in situ por la policía israelí.
Colonos israelíes radicales se toman seguidamente la justicia por su mano, bajo protección de su ejército, en numerosos puntos de Cisjordania con los procedimientos habituales: quema de casas y propiedades palestinas, destrucción de cultivos y olivos, disparos intimidatorios cuando no cruentos, etc.
El miércoles 22 de febrero otra ‘redada’ israelí, esta vez en Nablus, se salda con la muerte de otros 11 palestinos y un centenar de heridos, convocándose una huelga general en toda Cisjordania y el llamamiento por parte de la ANP a una reunión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Este ciclo de poco más de un mes concluye de nuevo en Yenin: el 7 de marzo, el ejército israelí vuelve a hacer una ‘redada’ con la justificación de detener a un palestino autor del asesinato, el 26 de febrero, de dos hermanos colonos; balance: 6 muertos y 16 heridos.
Estas masacres completan una cifra de 63 palestinos asesinados por el ejército israelí en lo que va del año 2023 (menos de 2 meses), la mayor parte en Cisjordania, territorio, recordémoslo, ocupado y colonizado ilegalmente por Israel desde 1967.
Hechos violentos que se aderezan con distintos episodios diplomáticos y políticos, entre los que destacaré aquellos que nos atañen particularmente como país:
Hace solo unos días, Israel ha prohibido la entrada a una eurodiputada del Bloque Nacionalista Galego (BNG), Ana Miranda, que formaba parte de una delegación de la Eurocámara con destino a los Territorios Palestinos. Previamente, Israel había vetado ya la presencia en esa delegación del eurodiputado de IU Manu Pineda, que por cierto había sido ya vetado en otra ocasión unos meses atrás (en mayo de 2022).
El 8 de febrero, el ayuntamiento de Barcelona suspende su hermanamiento con la ciudad de Tel Aviv, ya que, en palabras de la alcaldesa Ada Colau, no se puede ‘permanecer impasible ante la vulneración sistemática de los derechos básicos de la población palestina’. Decisión que se mantendrá, aseguró, hasta que las autoridades israelíes pongan fin a esa vulneración, explicando que se trata de una decisión similar a la adoptada con respecto al hermanamiento con la ciudad de San Petersburgo (Rusia), en marzo de 2022, en respuesta a la invasión rusa de Ucrania.
Estamos, pues, ante un caso singular, entre las instituciones públicas, de coherencia política y humanitaria. Son gestos simbólicos, pero de fuerte carga política, tanto como lo son las reacciones que le han seguido:
La presidenta del grupo socialista en el ayuntamiento de Barcelona, tras criticar duramente la decisión, ha anunciado que presentará una moción para reestablecer ese hermanamiento, argumentando, entre otros motivos, que ‘Tel Aviv es muy parecida a Barcelona’.
También ha considerado necesario pronunciarse el ministro de Asuntos Exteriores español, José Manuel Albares, para, en palabras de los medios, ‘afear’ la decisión del ayuntamiento barcelonés, con el argumento de que Barcelona debe ser una ‘ciudad abierta’, según él como Tel Aviv. De derechos humanos no tocaba hablar ese día al ministro, como tampoco le tocaba con ocasión del acuerdo del pasado mes de marzo con Marruecos -en aquel caso de los derechos de la población del Sáhara Occidental- del que Albares fue muñidor, por el que se traicionaban tanto las resoluciones de Naciones Unidas como las responsabilidades históricas de este país con la población saharaui.
Vale la pena mencionar en esta línea, un artículo Sergio del Molino en El País, muy representativo de opinadores y medios inmunes a los tozudos hechos que padece el pueblo palestino al menos desde 1948 (fecha de la declaración de independencia del estado de Israel, conocida por los palestinos como la ‘nakba’, o desastre), pero extraordinariamente receptivos a las quejas de las autoridades y lobbies israelíes. En dicho artículo que, si en la versión papel del periódico se titulaba escuetamente ‘Israel’, en su versión digital aparecía titulado más explícitamente como ‘Ficciones israelíes contra el antisemitismo sofisticado’, el autor no menciona en ningún momento los argumentos por los que Barcelona ha suspendido el hermanamiento con Tel Aviv, ni mucho menos el lento genocidio palestino, pero en cambio advierte de que una decisión como esa (‘bravuconada’ la denomina) puede acabar en una guerra con Israel, tirando de un asombroso precedente: la declaración de los alcaldes de Móstoles contra los invasores franceses (1808)... ¿un disparate irónico, sarcástico? No parece, pues no tiene ningún tono humorístico. Siendo Barcelona y Tel Aviv ‘santuarios’ LGTBI y compartiendo estratosféricos precios de alquiler... deberían estar hermanadas a perpetuidad, argumenta.
Como se puede ver, las reacciones en contra de Barcelona tienen el común denominador de la solidez de sus argumentos, enraizadas todas en principios democráticos (esto sí es irónico); y una ausencia también común: el pueblo palestino, o sea, la víctima. No vale la pena en este lote dedicar tiempo a las manifestaciones de personajes como la presidenta madrileña, que en estos días ha viajado a Israel en otras de sus fatuas excursiones internacionales, y ha aprovechado también para reprochar a Barcelona su decisión.
Ignorando las opiniones tanto de representantes palestinos en Barcelona (por ejemplo, la expresada por el escritor Salah Jamal) y de colectivos judíos críticos con el estado de Israel, en su columna, del Molino menciona en cambio las protestas de la que llama ‘comunidad israelita de Barcelona’, que considera ese gesto una muestra de ‘antisemitismo sofisticado’, haciéndose así eco, acríticamente, de esa manipulación demagógica del sionismo según la cual quien reprocha al estado de Israel sus crímenes (sobradamente documentados e incluso condenados por los organismos internacionales) solo puede ser antisemita. Es decir, utilizar la Shoah -o el genocidio judío a manos del nazismo-, para amparar el actual genocidio perpetrado por el sionismo contra el pueblo palestino. Indecente chantaje histórico-emocional carente del mínimo rigor intelectual y ético.
¿O es que debería la comunidad internacional conceder al Estado de Israel la patente de corso perpetua para sojuzgar a otros pueblos, particularmente el palestino, como prebenda compensatoria del genocidio judío por parte de la Alemania nazi?
Lo cierto es que afortunadamente hay muchos judíos que no piensan así, por ejemplo, la organización Boycott from within, que no sólo no critica la suspensión del hermanamiento, sino que venía ya reclamándola, y cuyo representante Olef Neiman, nieto de víctimas de los campos de exterminio, declaraba: ‘Han pasado suficientes años y ya deberíamos ser capaces de separar el daño que nos hicieron a los judíos del que hace hoy Israel’. Otra organización judía norteamericana, Jewish Voice for Peace, ha publicado un comunicado el 24 de febrero a página entera en la edición catalana de El País, dirigido a la alcaldesa Colau y a la ciudad de Barcelona, titulado ‘Gracias por defender al pueblo Palestino’.
La decisión de la alcaldesa de Barcelona ha sido aplaudida internacionalmente, además de por organizaciones de derechos humanos y de la iniciativa BDS (campaña internacional de boicot, desinversión y sanciones), por diversos intelectuales y personalidades como Noam Chomsky, Naomi Klein, varios premios Nobel, etc., en una carta hecha pública donde señalan que ‘la decisión de Barcelona debería inspirar a instituciones de todo el mundo’, pues ‘el apartheid es un crimen contra la humanidad’.
¿Apartheid? Sí, suena fuerte, pero quienes hemos vivido algún tiempo en tierras palestinas podemos atestiguarlo: el estado teocrático de Israel segrega y discrimina (tanto física como ideológica y culturalmente) a la población palestina de manera similar a como lo hacían los blancos sudafricanos con la población negra, con parecida actitud supremacista. En aquella época, Johannesburgo, al igual que Tel Aviv, era seguramente una ciudad encantadora, amable, ‘abierta’... si eras blanco, claro.
¿Y qué dice la Unión Europea del genocidio palestino? ¿Qué opina el ‘ministro de exteriores’ europeo, Josep Borrell? Absorbido en sus funciones reales de ministro de la guerra europeo -pues solo se le oye hablar de armamento y no de diplomacia desde que se inició la guerra de Ucrania-, no parece tener tampoco tiempo para minucias como los derechos humanos en Palestina.
En Oriente Medio, al igual que en Ucrania, la Unión Europea no existe, carece de estrategia propia; para limpiar su mala conciencia se limita a pagar los gastos que los intereses de otros provocan. La historia demuestra que mientras EEUU siga encubriendo y protegiendo al Estado sionista y genocida de Israel, la Unión Europea y en general los países occidentales -y ahora también la mayoría de países árabes- serán meros comparsas, indiferentes a la lenta aniquilación del pueblo palestino.
¿Hasta cuándo?
Comentarios
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