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Tortura: el rostro desnudo del poder

Eva Forest.
Eva Forest.

Por Nekane Jurado, Economista-Psicóloga Clínica

Según los testimonios recogidos en la Cárcel de Mujeres de Yeserías por la activista internacional contra la tortura y escritora Eva Forest (1), entre 1975 y 1977, "de las más de 100 personas que pasaron por Yeserías en los últimos cuatro meses", fueron "muy pocas, tres o cuatro, las que sólo fueron insultadas. Todas las demás sufrieron malos tratos". Podemos citar cientos de declaraciones de Tortura, a las que las instituciones desacreditan diciendo que son "consignas de las Organizaciones que dan a los detenidos para desacreditar a la democracia".

Tras las elecciones de junio de 1977 y la aprobación en 1978 de la Constitución y la Ley de Policía, la tortura siguió siendo una práctica habitual contra la personas detenidas por motivos políticos en toda España. Los Gobiernos de UCD, del PSOE, del PP, todos los gobiernos, mantuvieron la política tradicional de negar la existencia de torturas e incluso queriendo encausar a sus abogados.

La tortura es un fenómeno complejo. No puede deslindarse lo psíquico de lo físico, lo trágico de lo grotesco, lo real y objetivo de lo inverosímil. No se puede decir tan solo "me llevaron a la bañera", pues la angustia de la asfixia no es una simple sensación física. La experiencia de la tortura es intransferible y casi irrepresentable. Podemos esbozar un relato, pero siempre nos encontraremos muy lejos del foco del terror instintivo. Aparentemente, la escenificación no cambia, pero la víctima vive y revive el dolor de forma distinta. Eva recuerda que la conciencia –fragmentada, confusa- no reconocía una situación que se repetía una y otra vez, sino que identificaba algo nuevo y profundamente turbador. Cada vez era distinto, pues no se trataba de un rutina –al menos para el torturado-, sino de un viaje hacia "el horror".


Eva considera que la tortura es el rostro desnudo del poder: "La tortura muestra lo que son/lo que se oculta detrás de la fachada del sistema". Por eso, la víctima de la tortura se pregunta en algún momento por qué se ha desviado de la norma, por qué ha malogrado su posibilidad de llevar una tranquila vida familiar, involucrándose en una insurgencia con escasas posibilidades de triunfar. Ese pensamiento es una de las consecuencias de la tortura, que intenta reeducar y escarmentar. No a las personas detenidas, sino a la sociedad, que debe ser disuadida de rebelarse contra el orden establecido.

En su obra Testimonios de lucha y resistencia. Yeserías 1975-1977 (Donostia, Edit. Hordago, 1979), Eva Forest muestra el testimonio de la obrera y estudiante María del Pilar Alonso Rodríguez, de 21 años, se la acusaba de estar vinculada al FRAP porque su compañero fue uno de los cinco condenados a muerte y fusilados el 27 de septiembre de 1975: «Me metieron en un coche particular y subieron cuatro conmigo. Nada más arrancar, me dieron un par de bofetadas y empezaron a insultarme y a golpearme y a hacerme preguntas sobre el que decían que era mi compañero. Al llegar a la Dirección General de Seguridad me subieron directamente a un despacho en el que permanecí constantemente durante tres días sin que pararan los interrogatorios. Desde el momento en que entré empezaron los interrogatorios y las torturas. Lo hacían de la siguiente manera: Entraban un grupo que eran los que torturaban y estaban conmigo varias horas, hasta que ellos calculaban que ya no podía más, o sea que se decían entre ellos: "Vamos a dejarla porque ya no siente nada y es como si no la estuviéramos dando", y se marchaban. Entonces venían dos o tres, que éstos no me pegaban y empezaban con las preguntas. (..) Cuando veían que no sacaban nada se iban y volvían los otros a torturarme. Las torturas consistían en terribles golpes en los pies y en las nalgas (..) pero después ya me daban por todo el cuerpo. Me hacían hacer el pato, o sea, andar de cuclillas y cuando me caía me daban terribles patadas. Cuando estaba en el suelo me agarraban del pelo cogiendo toda la mata desde la nuca y me levantaban por los aires. (..) Los días siguientes el pelo se me caía a mechones. (..) Yo sentía que me volvía loca y deseaba morir. (..) Me pegaban con una porra y también otras veces con un palo, una especie de mango redondo de algún aparato. "Te lo vamos a meter por el coño". Era todo espantoso, no hay forma de decirlo... A veces, entre los que me venían a interrogar y los que me torturaban, había como unos diez minutos de descanso, pero tampoco lo era. Entraba entonces uno, como indiferente, me hacía algunas preguntas y como distraído me pellizcaba los pechos, cosa que me hacía un dolor espantoso; luego se volvía a marchar como si nada; los pechos los tuve morados durante muchos tiempo. Es la forma de hacerlo lo que más me dolía, no sé explicarlo. Durante los interrogatorios me desmayé dos veces. Cuando me ponían de pie no me tenía. Toda yo estaba como un monstruo. No podía comer y apenas si pude beber agua. No sabría explicar aquello.(..) Las uñas me las arrancaron. Y señales, aún me quedan señales en los pies, porque fueron como unas quemaduras y fueron de los golpes con la fusta. Y luego, si los dedos hacían así y se torcían y ponías las manos en la pared, porque llega un momento que no aguantas, ‘pam, pam, pam’. Te daban en las manos. Las manos estaban hinchadas. Los pies hinchados. ¡Y así horas! Toda la noche, prácticamente. La cabeza sobre la pared, el cuerpo retirado un poco para que te apoyes y las esposas atrás. ¡Y venga! ¡Y venga! ¡Y venga! Y esa era la tortura (..) Tú notas que te estás volviendo loca; no es que no razones, sino que nada tiene sentido, que no comprendes nada de lo que está ocurriendo y sabes que puede ocurrir todo y ves que aquello continúa, que te siguen dando, que no tiene fin. (..) Cuando vine a Yeserías traía muchas señales. El médico de aquí me dijo que podía denunciarlo y dejar constancia de aquello. Quiero también hacer constar que yo he sido siempre una persona de buena salud y muy fuerte. Ahora estoy muy enferma. (..) Unos aseguran que es el riñón, como consecuencia de los golpes. Otros aseguran que tengo los ovarios destrozados. Ahora, desde hace unas semanas, me han propuesto extirparme los ovarios pero yo no me dejo. Tengo grandes reacciones alérgicas, me hincho toda y me pongo muy colorada y tengo que guardar cama algún día. Necesito urgentemente que me vean especialistas y tal y como está la asistencia médica en esta cárcel me asusta. Desde la tortura no tengo el periodo».

Eva Forest, elaboró con todo el material experiencial de sus tres años en Yeserías, su propia tortura y la de las compañeras, el que posiblemente sea el relato más conmovedor sobre la tortura, su obra Una extraña aventura (2). Es un estudio que airea las entrañas del poder. Aunque refleja diez días de incomunicación en la España de 1974, su potencial explicativo trasciende su marco histórico, revelando que la esencia del Estado es su capacidad de infundir terror.


En esta obra Eva desmenuza y analiza una vivencia límite que traza la frontera entre lo humano y lo inhumano, el dolor físico y psíquico que produce reacciones paradójicas: miedo, serenidad, angustia, despersonalización, pasmo, incredulidad, desdoblamiento. Los informes de las organizaciones humanitarias se limitan a referir las diferentes técnicas de tortura: la bañera, el quirófano, el pato, el shock eléctrico, las vejaciones sexuales, la privación de sueño. Son documentos de indudable valor, pero Eva no se conforma con abordar las técnicas empleadas para obtener información, deshumanizar y humillar.

Su formación como psiquiatra y socióloga le exige profundizar, buscando la llave de un recinto donde el yo se desintegra y la realidad se deforma grotescamente. Ninguna investigación científica puede usurpar el ejercicio de introspección de la víctima: "Lo más grave / lo que nos afectó de tan profunda manera / no está recogido en ninguna parte". La tortura no es tan solo el martirio de la carne y el espíritu, sino una huella psíquica que perdura, convirtiendo el mundo en un lugar áspero y hostil. El cerebro nunca se libra de ese eco.

Ser torturado significa emprender un viaje que se prolonga indefinidamente pues, aunque sobrevivas y regreses a tu entorno, todo ha cambiado y ya no puedes contemplar las cosas con los mismos ojos. En una confesión de cinco folios, no se pueden apreciar los estragos de un descenso a los abismos de la condición humana. La tortura es el desencuentro radical con el otro, pues el ideal de fraternidad se pulveriza de forma irremediable al descubrir que un semejante puede ser tu verdugo.


La tortura intenta que sus víctimas retrocedan hasta sus terrores infantiles, mostrando que lo horrible es posible y real. Los forenses pueden reflejar los daños físicos, pero los psíquicos no dejan marcas y pueden durar toda una vida. "La bañera no es nada comparada con el terror a la bañera", escribe Eva. El terror psíquico tiñe de irrealidad lo vivido, provocando la sensación de formar parte de un capricho de Goya. En ese mundo fantasmagórico, el yo pierde su identidad: "Yo no era yo. [...] Te rebajan de tal forma que dejas de ser tú". En esos momentos, descubres lo que diferencia a un represor de un revolucionario: "Ningún revolucionario, nunca, en ningún caso, puede ser un torturador. Nadie que esté de parte del ser humano y su liberación puede practicarla. La tortura degrada al que la practica; el que tortura se descompone, se hunde, se bestializa...". El Estado pretende fijar la medida del ser humano mediante la tortura.

Pese a todo, Eva no desemboca en el pesimismo, por el contrario, siente que su humanidad se ha ensanchado y que en cierta manera le han crecido alas para volar muy lejos. Se trata de un vuelo interior, espiritual, hacia una solidaridad ilimitada y quizás inexplicable, salvo por medio del arte, que trasciende los límites del lenguaje y la razón.

Eva pone de manifiesto que la tortura no ha logrado erradicar la voluntad de resistir a la opresión y luchar por la libertad.


Notas
  1. Eva FOREST (Genoveva Forest Tarrat Barcelona 1928-Hondarribia 2007). Estudió psiquiatría y sociología, mientras elaboraba una conciencia política comprometida contra cualquier forma de explotación y opresión. Casada con el dramaturgo Alfonso Sastre fue detenida por primera vez en 1962, acusada de participar en una manifestación de apoyo a las huelgas mineras de Asturias. Durante el Proceso de Burgos contra dieciséis militantes de ETA, creó en Madrid el Comité de Solidaridad con Euskadi. En 1974 sería detenida y acusada de colaboración con ETA, pasó casi tres años en prisión preventiva en la cárcel de mujeres de Yeserías, pero antes soportaría el infierno de la tortura y la incomunicación durante diez días. La traumática experiencia se reflejó en Una extraña aventura y en otros textos redactados durante su encierro.
  2. Destacamos la sensibilidad con esta obra de La Redacción de AraInfo, Diario Libre d´Aragón, de 24 de junio de 2014.

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