Al sur a la izquierda

Que sí, que vale, pero que el premio es mío

Tiene toda la razón el líder del Partido Popular andaluz, Javier Arenas, cuando insiste en la comparación de estas elecciones del 20-N con las del 28-O que dieron una histórica victoria al Partido Socialista en el año 1982. Arenas, como es natural, arrima el ascua a su sardina, que es por lo demás la primera obligación de un líder político cuando está en campaña electoral, es decir, a todas horas, y la arrima dejando entrever que hay un ansia infinita de cambio por parte de los ciudadanos. Pero ahí acaban las similitudes. Bueno, hay otra más: que al partido ganador de 2011, como al partido ganador de 1982, se las han puesto como se las ponían a Fernando VII, pero la historia es así: siempre que pierdes te lo mereces, pero a veces ganas sin merecerlo. El PP no ha hecho méritos para ganar, pero está en el lugar adecuado y en el momento adecuado, como cuando juegas en una lotería en cuyo bombo sólo hay una bolita cuyo número es el que tú juegas. No habrás hecho méritos, pero no por eso el premio es menos tuyo.
Ocupado entonces el Gobierno por una UCD cuyas naves estaban irreparablemente desarboladas por las tormentas exteriores y los elementos interiores, en 1982 la pulsión política no se concentraba tanto en echar a quien ocupaba el poder como en desear fervientemente que fuera ocupado por un nuevo partido que en aquellos días despertaba unas esperanzas de regeneración del país sólo comparables a las del legendario 14 de abril de 1931. El 20-N de 2011 puede que se parezca al 28-O de 1982 y el 28-O del 82 puede que se pareciera al 14-A del 31, pero entre el 20-N y el 14-A no hay ninguna similitud relevante. La pulsión del 20-N es el castigo, no la regeneración.

Los dirigentes del PP dirán que vale, que bien, que lo que tú quieras, chaval, pero el premio gordo es el premio gordo, y ellos ya saben lo que es conducir la armada de un país hacia nuevos continentes de empleo y prosperidad, como ya hicieron en el 96.
El pequeño problema es que en el 96 los mares del mundo estaban en calma y el viento soplaba de popa, y los gobiernos eran en todas partes como aquel niño inmigrante que, en su viaje a América, se situaba en la delantera del barco y cada vez que la nave cabeceaba contra las olas él presionaba el mascarón de proa hacia abajo o tiraba de él hacia arriba haciéndose la ilusión de que la gigantesca embarcación subía y bajaba no por el impulso del oleaje sino por la fuerza que sus manitas ejercían sobre ella. Pero el PP seguirá diciendo lo mismo: que sí, que vale, que muy astuta la metáfora del niño y todo lo que tú quieras, chaval, pero que el premio gordo es el premio gordo. Y, bien pensado, no les falta razón en decirlo, la verdad.

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