Puntadas sin hilo

Rajoy o la obscenidad política

La obscenidad de no contestar o hacerlo con evasivas a las preguntas que no le convienen.

Resulta difícil ser objetivo cuando se padece alergia mental y hasta física hacia la política del Gobierno, como es mi caso. Pero intentaré serlo.

Hizo de primer telonero del final de El tiempo entre costuras, que tuvo un gran 27.6% de audiencia. El presidente alcanzó el 15,3, que no está mal ni bien. Como otros presidentes o ex presidentes.

La entrevistadora estuvo mejor que el entrevistado. Lo cual no es difícil. También ni mal ni bien. En alguna pregunta le replicaba que no le había contestado, obscena estrategia calculada del entrevistado.

Con Catalunya y con la Infanta, las dos únicas cuestiones que contestó claro, tuvo la obscenidad de predecir la acción de la justicia en el segundo de los casos, y de cerrar definitivamente la puerta del diálogo en el primero, abriendo un conflicto político de primera magnitud. Le declaró la guerra a Catalunya. No admite que los lazaos se han roto.

En lo que afecta más cotidianamente a los ciudadanos es en donde navegó en la más absoluta obscenidad, aquí sí, ayudado en muchas ocasiones por la periodista en le formulación de las preguntas, porque hay muchas maneras de preguntar poniendo en un brete de buen periodismo al entrevistado y sin necesidad de agredir.

Ni se le preguntó, ni menos recriminó, por haber roto el espinazo de las clases medias y bajas con sus medidas de austeridad, ni por la creación de una enorme brecha social y económica entre ricos y pobres a causa de ellas.

Sostuvo que la reforma laboral ha sido un éxito, a cambio, claro, y en el supuesto de que fuera cierto, que no lo es, de haber dejado a los trabajadores a la intemperie y sometidos al capricho de los empresarios.

Se le toleró que, mostrándose elocuente, extrovertido y parlanchín, se evadiera de una explicación sensata y humana de la sanidad, de la educación y de las penurias reales de los jubilados.

No se le preguntó por el aumento de la represión policial.

Se escabulló como una rata del tema del aborto, no comparándolo con Europa, de lo que tanto presume, y traspasando la responsabilidad al Congreso de los Diputados, como si éste no hiciese lo que él decida. En toda materia ya se sabe lo que aprobará y rechazará el Congreso de los Diputados sumisos.

En todo lo comprometido alegó que no era el momento de adelantar acontecimientos, aunque los acontecimientos ya acogoten a los ciudadanos.

No explicó cómo y por qué razones va a reducir el paro, al margen del turismo y la construcción. No se le preguntó, y por tanto no contestó, sobre la emigración forzada y sobrevenida de españoles, ni de la inmigración retornada.

Apoyó a los ministros clamorosamente rechazados por los ciudadanos.

Siguió culpando a Zapatero de todo.

Dijo la sandez de que el Rey es un ser humano.

De la corrupción se limitó a decir que es insoportable, como si no fuera con su partido ni con sus contabilidades B y pagos irregulares, en contra de lo que piensa todo el mundo, diga lo que diga la justicia, si alguna vez dice algo.

Comete siempre la obscenidad de afirmar que el pueblo español ha hecho un enorme esfuerzo, como si lo hubiera hecho voluntariamente y no obligado.

Los impuestos seguirán siendo una incógnita, en todo caso no antes del 15. No se le preguntó por las muy ascendentes tasas.

No se le preguntó por los escándalos bancarios y de Cajas de Ahorros, y quién paga las gigantescas cifras de salvamento.

Ni por las preferentes.

Ni por los desahucios sangrantes.

No sobre el recibo de la luz y sus antecedentes verdaderos.

Ni sobre que haya españoles que están pasando frío. Y algunos, hambre.

Ni por qué los políticos son los peor valorados. Si sabe que los ciudadanos no les creen.

Ni sobre los privilegios de la Iglesia Católica, entre ellos la educación subvencionada.

Ni sobre si no se debe dimitir cuando no se ha cumplido nada de lo prometido.

Ni si la Constitución no está ajada, y la ya mayoría de los que no la votaron reclaman revisarla.

Ni si no se avergüenza de haber copado el poder judicial.

Ni qué pensaría si él cogiera la gripe y tuviera que esperar varios días en el pasillo de un hospital.

Ni sobre el descrédito de RTVE como consecuencia de haber roto el pacto para designar al Director General.

Ni si la salida de la crisis consiste en que estaremos endeudados y seremos más pobres de por vida.

Sí. Rajoy o la obscenidad política.

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