Puntadas sin hilo

Ocho apellidos catalanes

La inmensa mayoría de españoles están tan seguros de que Catalunya no conseguirá su independencia que el conflicto apenas suscita interés. Hoy mismo se puede comprobar en este periódico en el que, como en tantos otros, la noticia de la sentencia del Tribunal Constitucional anulando la declaración soberanista del Parlament catalán ha sido desplazada del lugar estelar a las pocas horas por otras informaciones de mucha menor relevancia. Y lo comprobaremos también en este humilde blog con el escaso seguimiento que hoy tendrá.

La sentencia del Tribunal Constitucional es impecable: la legalidad no puede ser quebrantada en un Estado de Derecho. España dejaría de serlo si se incumpliera en un asunto tan capital como su unidad. El problema es que Catalunya, a través de su Generalitat, no reconoce al Tribunal Constitucional, al que califica de órgano político que decora sus decisiones con lenguaje jurídico (por cierto, como Esperanza Aguirre), acusando además a varios de sus miembros nada menos que de agitadores de la catalanofobia. El conflicto, pues, se intensifica, ante la indiferencia de los ciudadanos, preocupados principalmente por las tensiones económicas y de orden público que padecen.

El argumento de que no es democrático negar a un pueblo la posibilidad de elegir su destino se contrarresta con el argumento también democrático de que es una decisión a tomar por todo el pueblo español y no solo el catalán, y la ley ha de respetarse, y, si se discrepa, cambiarla. Las posiciones son irreconciliables. No existe posibilidad de acuerdo, todo diálogo resultará estéril si la voluntad inamovible de unos es la independencia y la de otros la indivisibilidad. Y a la que no aportan nada eficaz las posiciones intermedias de federalismos bien avenidos y concesiones económicas.

Estamos en una situación de todo o nada. Rotos los afectos, desvirtuada la historia, exaltados los sentimientos, superados los miedos y advertencias de desgracias, el conflicto se torna distantes de cualquier solución racional. A ello se une el desprestigio del Tribunal Constitucional, con su Presidente puesto en cuestión.

Ya no podemos decir Catalunya en el corazón, ni aunque se haga la película Ocho apellidos catalanes. Todo se ha hecho más áspero, todo queda reducido a una batalla legal y de empecinamientos, todo queda centrado en la esclerosis de la razón democrática, ésa que permitiría, aconsejaría, cambiar la Constitución, como también sugiere y admite el Tribunal Constitucional. Catalunya no puede ser una muesca más en el revólver de los miedos de los españoles.

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Gota DUELO DE VIOLENCIAS: Cuando dices que la violencia de los jóvenes tras la manifestación del pasado sábado es rechazable e inasumible, enseguida se te echan encima y responden que más y mayor violencia hay por parte del Estado y del Gobierno en todas sus actividades, desde lo policial a lo económico y social, y por tanto la violencia de los jóvenes no es deseable pero sí justificable. Es decir, estamos en un enfrentamiento de violencias que impide rectificar lo que la policía rectificó anoche en el programa de Wyoming y por lo que se disculpó: las armas exhibidas no habían sido utilizadas por los manifestantes.
La catástrofe es que nunca se aclaran las cuestiones importantes: nunca se aclararán las muertes de la playa de Ceuta ni los autores y responsables de uno y otro lado de la violencia del pasado sábado. El Gobierno prefiere el silencio, la oposición se muestra ñoña, y nosotros estamos condenados a las suposiciones.

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