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Lombrices y Darwin

Por MIGUEL ÁNGEL SABADELL 

El 10 de octubre de 1881, Charles Darwin publicó el que sería su último libro, lo había estado incubando 44 años. Trataba de un tema de tan profundas implicaciones como las que tuvo El Origen de las Especies: las lombrices.

Su interés por ellas surgió cuando su tío, Josiah  Wedgwood, le llamó la atención sobre la cantidad de tierra que eran capaces de levantar en el césped. Wedgwood era entonces un famoso alfarero que comenzó su carrera reparando porcelana china y de Delft. Su salto a la fama lo dio al diseñar una vajilla a partir de una jarra –erróneamente identificada entonces como etrusca–, que acabó convirtiéndose en vajilla real.

La idea de Darwin, central en toda su obra, era que contando con el tiempo suficiente, causas pequeñas y graduales pueden producir efectos radicales. Su estudio sobre las lombrices apoyaba esta idea. Para ello contó el número de rastros que encontraba al pasear, puso una "piedra de lombrices" en el césped, para medir la velocidad a la que era enterrada, estudió su anatomía, fisiología y costumbres, las estudió en terrarios y paseó por las noches para ver el efecto que tenían la vibración y la luz sobre estos animales.

Comprobó que en 30 años las lombrices habían hecho desaparecer las piedras de un pedregal, que habían hundido más en la tierra los monolitos de Stonehenge y que en menos de 2.000 años habían convertido en campo cultivable el suelo de baldosas de una villa romana. Después de 20 años de observaciones, publicó todo lo que había descubierto. El libro, que en poco más de tres años vendió 8.500 ejemplares, fue el primer estudio ecológico y cuantitativo del papel de un animal en la naturaleza.

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