La ciencia es la única noticia

De imposible a inevitable

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física Atómica Molecular y Nuclear en la Universidad de Sevilla 

Un verso del poeta vasco Juan Larrea sentencia que "lo imposible se vuelve, muy poco a poco, inevitable". ¡Qué gran servicio haría a la humanidad que ciertos grupos y sectas con poder asumieran tal principio! Seguramente, ha sido la ciencia la que ha hecho inevitables el mayor número de imposibles. Imaginemos a modo de diversión que en nuestra habitación se presenta don Inmanuel Kant. Tras superar el pasmo y ya con algo de confianza, le enseñamos un teléfono móvil y le preguntamos qué le parecería si con ese cacharrín se pudiera hablar con una persona que estuviera a mil kilómetros de distancia. La respuesta habría sido inmediata: imposible. Atravesar los océanos volando habría parecido imposible hasta no hace mucho. Sin ir atrás en el tiempo, nosotros mismos no salimos de nuestro asombro cuando recapacitamos en la "imposibilidad" de que en nuestro minúsculo lápiz de memoria quepan varios miles de libros.

En infinidad de ocasiones, estos imposibles han dado miedo. Inocular alguien con gérmenes de una enfermedad infecciosa para protegerlo de la misma fue considerado un horror, y no digamos poner la electricidad al alcance de cualquiera. Se podría seguir poniendo multitud de ejemplos, todos divertidos, pero los problemas de verdad siempre han surgido cuando mezclaron con el pecado la transformación de esos imposibles en inevitables. Todas las culturas y civilizaciones han sufrido este azote desde los tiempos más remotos. Entre nosotros, ha sido la iglesia católica la que no ha cejado en el empeño por más que nunca haya terminado triunfado.

El último caso, el de la manipulación genética que permitió el nacimiento de un niño para salvar a su hermano, tendría que haber sido uno de los más alegres pero los de siempre lo tratan de hacer siniestro. El imposible no era sólo científico, sino incluso económico: la gloriosa faena ha debido de costar una fortuna, pero no sólo no se le ha cobrado nada a los padres sino que a nadie le ha importado un rábano. Pero ahí están esas fuerzas oscuras tratando de aguar la fiesta, porque a más que eso jamás han llegado ni van a llegar. ¿Quién se cree que va a haber padres que renuncien a salvar a sus hijos enfermos por miedo al pecado? ¿Quién se cree que van a faltar médicos que sustituyan de inmediato al que renuncie a participar en la aventura por temor al infierno? ¿Quién supone que surgirá alguno de estos? A los santos padres de esos lúgubres cenáculos habría que exigirles que copiaran mil veces el bello verso de Juan Larrea.

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