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Cenizas volcánicas

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, Burgos

Con cierta frecuencia, los anales de la historia han registrado las consecuencias catastróficas de las erupciones volcánicas. La actividad del volcán Eyjafjöll no ha producido víctimas, pero sí un caos impresionante en la rutina de miles de ciudadanos y ha puesto en jaque a la organización de los países europeos. Es curioso que las frecuentes erupciones volcánicas ocurridas en África a lo largo del Gran Valle del Rift constituyan una fuente fundamental de datos en el estudio de la evolución humana durante el Plioceno y Pleistoceno.

La violencia de las explosiones volcánicas es capaz de pulverizar las rocas vomitadas por la erupción, hasta convertirlas en pequeños fragmentos de roca y minerales de menos de dos milímetros de diámetro. Las condiciones climáticas de cada momento pueden transportar las cenizas volcánicas a miles de kilómetros de distancia, como ha sucedido durante la erupción del volcán islandés, pero también acaban por caer por gravedad y cubrir vastísimas regiones próximas a su punto de origen.

Con el paso del tiempo, estas cenizas se compactan y forman las llamadas tobas volcánicas, que se pueden reconocer y seguir perfectamente en la estratigrafía local de un área determinada. Las tobas volcánicas pueden datarse mediante la proporción de isótopos del potasio (K40) y el argón (Ar40). Estas tobas pueden encontrarse en capas alternas, que sugieren erupciones secuenciales separadas quizá por miles de años. Las rocas sedimentarias intermedias y los posibles fósiles que puedan contener quedan incluidos en esta especie de sándwich, cuya edad geológica queda perfectamente delimitada por un dato más antiguo y otro más reciente.
Un caso bien conocido es el de las huellas de homínidos del yacimiento de Laetoli, en Tanzania. El volcán Sadiman, situado apenas a 20 kilómetros del lugar, debió de sufrir varias erupciones explosivas hace unos 3,7 millones de años en un relativamente corto espacio de tiempo. Las cenizas cubrieron la región con un manto de más de 15 centímetros de espesor, que se transformaron en un auténtico lodazal por efecto de la lluvia. Allí dejaron su huella antílopes, búfalos, jirafas, gacelas, babuinos, elefantes, rinocerontes... y, por supuesto, nuestros ancestros, muy probablemente de la especie Australopithecus afarensis. Tres especímenes pasearon por el lugar, quizás por la misma razón que los demás animales, y dejaron claras evidencias de la anatomía de sus pies, prácticamente idénticos a los nuestros, denotando su perfecta capacidad para la bipedestación. Los detectives del pasado fueron capaces de determinar el peso y la estatura y hasta la posible edad de los autores de las pisadas. Una nueva erupción volcánica cubrió las huellas, que quedaron así protegidas, para ilustrar nuestro conocimiento de los congéneres de Lucy.

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