Este es un post para ser escrito con las entrañas, no con la cabeza. Una breve reflexión sobre dos detenciones que vuelven a retratar algo más que el talante de este Gobierno de España. Me refiero a las detenciones de Raúl Capín y Adolfo Luján, acusados de agresión a policías durante las movilizaciones del 23-F y del 25-A frente al Congreso de los Diputados. Un operación ordenada desde Interior que apesta a la estrategia de intimidación de Fernández Díaz y los suyos.
A pesar de que ambos fotoperiodistas fueron detenidos por agresiones contra la policía, siempre bajo el sobrecogedor cargo de "atentando contra la autoridad", la Policía no sólo no pudo aportar ninguna prueba sino que, además, se mostró mucho más interesada en las fotografías que realizan estos profesionales, esas fotografías que ha mostrado al mundo cómo a algunos antidisturbios les gusta excederse en el uso de su porra.
Ni una sóla prueba de esa supuesta "obstrucción de la labor policial", pero la detención violenta queda ahí, la estrategia del miedo, de la represión. ¿Era necesario acudir a los domicilios para realizar la detención? ¿De veras era imprescindible encapucharles y querer, incluso, llevarle en pijama? No parecen prácticas, precisamente, propias de un Estado de Derecho, sino más bien de aquellos policías que de tarde en tarde le daban el paseo a quien obstruía la labor del Gobierno. La diferencia es que aquellos 'paseados' no volvían y esto sí. La diferencia es que aquellos paseos de veras infundían miedo y los de ahora nos mueven aún más a luchar contra un Gobierno que pisotea día tras día la libertad y los Derechos Humanos.
Vivimos tiempos en los que los periodistas tienen que acudir a cubrir manifestaciones con casco, chaleco de prensa y, el día menos pensado, con uno antibalas para protegerse de las pelotas de goma. No parece algo propio de una democracia del siglo XXI, de una, además, muy dada a criticar otras al otro lado del charco en las que, en realidad, el pueblo sufre menos injusticias y muchas menos desigualdades.
Bravo por Raúl y Adolfo, por todos los Raúles y Adolfos que hay y que nos ayudan a construir una democracia más viva, más real y, sobre todo, a luchar contra quienes lo quiere evitar. Bravo por todos ellos, a los que el miedo y el terror que quiere infundir este Gobierno no hace más que darles aún más fuerza para plantarle cara y combatir el genocidio social de que estamos siendo víctimas.
Comentarios
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