Filipinas tras el paso del tifón Haiyán: 10 millones de damnificados y alrededor de 10.000 muertos. Un país en estado de calamidad nacional que tiene a sus espaldas la losa del cambio climático, el mismo que impulsamos desde países ricos en los que jamás nos alcanzará un tifón de como Haiyán.
Filipinas antes del tifón: casi un 30% de la población viviendo en la indigencia mientras según el Banco Asiático de Desarrollo el país crece a un ritmo interanual de un 6%. Un país en el que 5,5 millones de niños de entre 5 y 17 años son explotados, según informes de la Organización Internacional del Trabajo, un millón y medio más que hace una década. Un lugar donde la principal preocupación de muchas niñas de 13 años es no quedarse embarazada o contraer sida de algunos de sus clientes occidentales, en un país donde la explotación sexual es un negocio al alza.
Ahora toca llevar ayuda humanitaria, la misma que le es negada al país en su día a día. Alimentos y agua se han convertido en el bien más preciado... como sucedía ya antes del tifón, sólo que ahora tiene un carácter mucho más generalizado. Y como sucede siempre en este tipo de catástrofes, el socorro de los poderosos será un reflejo de lo que sucedía previamente. Ojalá me equivoque, pero lo vimos con cristalina nitidez en el terremoto de Haití de 2010: toneladas de comida pudriéndose en los buques de Puerto Príncipe mientras las ONG y las autoridades se peleaban por ver quién salía en la foto durante su reparto. ONG preocupadas por despachar camisetas con su logo para que los haitianos vistiéndolas inundaran los medios de comunicación.
Todavía recuerdo una crónica impagable de Antonio Pampliega en la que contaba cómo muchos occidentales que supuestamente estaban volcados con la ayuda humanitaria tras el seísmo, en realidad, se tostaban al sol en la piscina del Caribe Convencion Center; cómo el jefe de la Misión de Naciones Unidas para la estabilización de Haití (MINUSTAH) dibujaba una especie de paraíso de las ONG en Haití, donde se cifraban en unas 10.000 aunque apenas se sabía qué hacían unas 500 de ellas.
Ojalá me equivoque y no asistamos, una vez más, a cómo para que llegue una parte de la ayuda humanitaria necesaria se quede otra por el camino. Ojalá que tras el brillante trabajo de miles de voluntarios, de cientos de miembros de ONG que se dejan la piel sobre el terreno no se esconda la tropa de parásitos que acostumbra. Ojalá el marketing no mandara y condicionara la ayuda humanitaria.
Ojalá el Filipinas de ayer y hoy no sea el del mañana.
Comentarios
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