Pablo Iglesias comenzaba ayer su campaña a pie de calle, visitando la localidad de Coslada, y no pudo tener mejor estreno. No hubo personas viviendo bajo el umbral de la pobreza que se concentraran en su contra, tampoco víctimas de violencia machista gritándole, ni personas que luchen cada mes para conseguir pagar su alquiler. No hubo protestas de gerentes de tiendas de barrio, ni escraches de trabajadores y trabajadoras que, pese a la crisis que vivimos, han ido capeando el temporal con el dinero que llega del Estado para el pago de ERTEs. Tan solo hubo un trío de fascistas berreando y aireando sobaquera para terminar yéndose con el rabo entre las piernas ante la respuesta ciudadana.
Pablo Iglesias no deja indiferente a nadie. No es un tipo que sugiera aquello del 'ni frío ni calor' registrando, eso sí, diferentes grados de temperatura en ambos extremos del termómetro. De lo que no cabe ninguna duda es de que jamás un miembro del Gobierno ha despertado tanto odio y faltas de respeto como el líder de Podemos. Hubo parodias de Aznar por su corta estatura y su labio superior con bigote aún sin bigote-o ese acento inglés que él sigue pensando cuasi nativo-, se hicieron chanzas con la cejas de Zapatero y su parecido con Mr. Bean o, incluso, se realizaron impagables imitaciones del frenillo de Rajoy. Pero lo que no recuerdo nunca es que se articularan campañas insultándoles, llamándoles "rata" o acosando sistemáticamente sus domicilios o, incluso, lugares de veraneo. A Pablo Iglesias sí.
Lo sucedido ayer por este trío fascista -quizá las neuronas del resto de sus amigos no alcanzaron a encontrar el camino hasta el punto de encuentro- personifican al polo más opuesto a Iglesias. El mantra de "comunismo o libertad" que ha querido imponer Díaz Ayuso cae por su propio peso; en primer lugar, porque si los votos dan, según los sondeos no será el comunismo la voz cantante que saque del poder a la nueva lideresa; en segundo, porque la alternativa de izquierda que Ayuso maquilla de comunismo (como si ésto fuera un descrédito) es lo que vimos ayer... y el trío fascista no destilaba mucha libertad.
Quizás esto es lo que de alguna manera también se alimenta cuando nuestra ministra de Defensa, Margarita Robles (PSOE), cree que el fascismo en nuestras Fuerzas Armadas es residual mientras delante de sus narices un coronel del Estado Mayor lanza una campaña contra los denunciantes de militares ultras y los llama "cobardes". Quizás, permitir que la Legión siga rindiendo homenaje a un dictador asesino nombrando a una de sus unidades con el nombre de "Bandera Comandante Franco" no ayuda a frenar a la extrema-derecha, que ansía rearmarse de la mano de Vox y un PP absolutamente desnortado.
Medios conservadores informaban de los hechos como si hubiera sido Iglesias quien hiciera un escrache a los fascistas cuando, en realidad, éste quiso escenificar que la ciudadanía no se arruga ante esta panda de descerebrados. Y fue la propia ciudadanía, más numerosa que los tres amiguitos de extrema-derecha, quienes terminaron haciendo que se fueran cabizbajos, humillados, sabedores del ridículo y hazmerreir que, tras el vídeo de Isabel Serra, ha visto todo el país.
Se repetían los neonazis de Bastión Frontal y San Blas Crew -promotores de la berrea, a los que ya he dedicado unas líneas anteriormente- que el fascismo es alegría, pero ayer agradecieron portar mascarilla para ocultar sus pucheros, sabedores de que no tienen espacio en esta democracia en construcción. Un gatillazo en toda regla, vaya.