Dominio público

Los libros invisibles

Constantino Bértolo

CONSTANTINO BÉRTOLO

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Tranquiliza saber que el libro perfecto es el libro que no existe. Lo saben los críticos que con uñas y dientes pregonan cada semana el arribo de cien nuevas obras maestras. Lo sabe el autor que se disculpa afirmando que su mejor libro será el siguiente. Lo saben los lectores que cierran uno y como Tántalos acercan su sed hacia aquel que a bombo y entrevista anuncia su llegada. Lo saben las 11.000 agentes literarias y los tres agentes literarios que con cariños de celador o madrastra animan a su cuadra a galopar en busca de ganador o colocado. Lo saben los distribuidores (en teoría, si el editor es la cabeza, ellos son los pies y en estos tiempos, para gloria del comercio cultural, las editoriales piensan con los pies) que calibran el producto con ojos de alpinista de montaña: un 5.000 (ejemplares), un 8.000, un 50.000, ¡un 100.000!, y echan cuentas y sueñan con que la cumbre más alta inflame sus ganancias.
Lo sabemos todos porque, aunque todos vamos de platónicos por la vida, buscando cobijo a la sombra de la belleza prometida, luego resulta que hay lo que hay, y lo perfecto, nos decimos aristotélicos, es enemigo de lo bueno y sabemos también (Lara dixit), que ni los libros ni los niños ni los premios literarios vienen de París. Así que salga usted y escoja. Que mañana los libros volarán en busca del lector perdido y hallado en el templo. Día del Libro. Que un libro al año no hace daño.
España es un mercado editorial con más de 80.000 títulos anuales (según las últimas estadísticas). 80.000 títulos que se escriben, editan, se revuelven e incorporan, circulan, se venden, se regalan o se leen. O se mueren, porque muchos son los llamados y pocos los escogidos, y la tendencia de los últimos años refuerza esa dirección: crecen los títulos publicados y mengua la tirada media; es decir, cada vez hay más títulos pero se venden menos títulos. Y lo que parece una contradicción, no lo es: la venta se concentra en algunos pocos de entre todos los publicados, mientras que el resto son claros candidatos al saldo o a la guillotina.

Desde fuera, los profanos no acaban de entender que España, siendo uno de los países europeos donde relativamente se lee menos, sea sin embargo uno de los que más títulos edita. La cosa tiene sus explicaciones. El mercado editorial, como desterrado en desierta playa, lanza cada vez más botellas al océano con la esperanza de que la cantidad amplíe las posibilidades de victoria. Un título que venda 10.000 es salud para una editorial de tamaño discreto; un éxito de 20.000 deja respirar a las medianas y uno de 50.000 es agua de mayo incluso para las grandes. Ya se sabe: a mayor precariedad, mayor gasto en loterías; a menor renta, mayor índice de natalidad.
Alguien dijo que un libro es una isla en espera de un náufrago o un náufrago que espera la llegada de una isla. Sea como sea, los libros serán mañana un archipiélago de papel en medio de la urbe. Y se oirá el canto de las sirenas; es decir, los mil y un reclamos y altavoces de los medios de producción de necesidades: publicidad directa o indirecta, suplementos especiales, noches de libros, firmas de autores y autoras, coloquios, informativos, entrevistas, rosas, performances, lecturas, concursos, obsequios, saltimbanquis de la crítica y tesis doctorales. El reino del marketing. Y al final, lo de siempre: todos atentos para ver si la crisis deja o no su huella sobre el monto económico y el morbo de chequear quiénes han sido los autores más vendidos. Los más vendidos.

España es una librería con más de un millón de obras maestras, según las últimas reseñas. Si leer, como dicen, nos hace más libres y comprar, insisten, nos hace más felices, el libro es la mercancía perfecta. Hay que elegir, claro, y elegir agota, decía Rilke, pero no nos preocupemos tontamente, pues el mercado elige por nosotros. La lista de los libros más vendidos está al alcance de todos los españoles, incluso de los que están hartos de ser españoles. La lista como criterio, el mercado como inteligencia.

Con un poco de suerte, hasta estarán en los mostradores, del salón en el ángulo oscuro, los libros invisibles. Islas ignotas, lejos de las rutas literarias más frecuentadas. Islas en la niebla, con escasos atractivos para el turista, sin playas fotogénicas ni simetrías narrativas, sin misterio ni descubrimientos del Mediterráneo, sin detectives sabihondos, escépticos o salvajes. Náufragos sin botella en medio del oleaje de la promoción de novedades. Insólitos. Invisibles, casi inexistentes, casi, por tanto, ellos sí, perfectos. Inesperados. Bueno será, propongo, taparse con cera los oídos, sujetarse al mástil y hurgar en esa imprescindible lista de los libros menos vendidos que nunca vemos publicada.

Una lista en la que no deberían faltar títulos como La palabra quebrada, de Martín Cerda (Editorial Veintisiete letras), La fuerza de la gravedad, de Francesc Serés (Alpha Bucay), Mamadú va a morir, de Gabriele de Grande (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo), Panfleto para seguir viviendo, de Fernando Díaz (Bruguera), Introducción a la Guerra Civil, del Colectivo Tiqqum (Melusina), Libro de las derrotas, de Antonio Orihuela (La oveja roja), Ropa tendida, de Eva Puyó (Xordica), España, de Manuel Vilas (DVD), Crónica del 6, de David Fernández (Virus), Perdóname, pero te amo, de David González (Baile del sol), Estado de necesidad y legítima defensa, de Günther Anders (Centro de documentanción crítica), Soy apache, de Gerónimo (Mono azul), El hombre risa, de Javier Maqua (KRK), o La presencia de las cosas, de Pablo Sastre ( Hiru). Feliz Sant Jordi. Y el Dragón. No se olviden del Dragón.

Constantino Bértolo es Crítico y editor

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