Dominio público

Las cuatro victorias de Sarkozy

Toni Ramoneda

 TONI RAMONEDA

El 22 de octubre, Jean Sarkozy, hijo del presidente francés Nicolas Sarkozy, renunció a
presentar su candidatura a la presidencia del consejo de administración de la EPAD, la institución pública de gestión del barrio de la Défense de París, principal centro de negocios de Europa. Las ambiciones del hijo menor del presidente de la República habían levantado un gran revuelo, tanto más cuanto que su edad (23 años) y su bagaje académico (un curso en la facultad de Derecho) permitían dudar de la idoneidad de su candidatura. Tanto el presidente como el grupo parlamentario al que pertenecen padre e hijo (UMP) habían cerrado filas –salvo discretas excepciones como la de Rama Yade, otra joven promesa de la política francesa– en torno a la candidatura del vástago presidencial.

La cota de popularidad de Nicolas Sarkozy estaba sufriendo un retroceso importante según las encuestas y los medios de comunicación. Incluso los más afines, no dudaban en cuestionar la pertinencia de lo que, en el fondo, no dejaba de ser un nombramiento orquestado desde el Elíseo. Así que, cuando Jean Sarkozy anunció su renuncia en el telediario vespertino de la cadena pública France 2, una sensación de victoria política se extendió entre los medios de comunicación y gran parte de la opinión pública francesa. Sin embargo, la realidad es que al día siguiente Jean Sarkozy era elegido miembro del consejo de administración de la EPAD sin mayor revuelo, pues ya no se trataba de un paso hacia su presidencia, sino de la participación en su consejo y mientras la polémica se desvanece y diarios importantes como Le Monde analizan la marcha atrás presidencial, padre e hijo saborean las tres victorias del presidente.

La primera es la victoria estratégica. Jean Sarkozy se ha convertido en consejero político del centro de negocios más importante de Europa sin que a nadie se le ocurra rechistar. De todos es sabido que el control de la Défense forma parte de las luchas intestinas propias de la presidencia de la República; de hecho, el propio Nicolas Sarkozy había accedido en su tiempo a su presidencia de la mano de Charles Pasqua, una de las figuras importantes de la derecha francesa. Pero esta vez el presidente va más allá y no se limita a colocar a un hombre de confianza en uno de los centros neurálgicos del entramado de poder en Francia sino que sitúa a su propio hijo.

La segunda victoria es electoral. La renuncia pública del hijo del presidente se presenta a los ojos de los electores de la derecha, inquietos por una forma de actuar rayana en lo versallesco, como un mea culpa y un reconocimiento del valor atribuido a la opinión pública: el presidente y su hijo escuchan a los ciudadanos y son capaces de renunciar a sus aspiraciones personales en nombre del bien común.

Por último, es una victoria política. Con esta polémica y, sobre todo, con su aparición en la televisión pública en la franja horaria de mayor audiencia, Jean Sarkozy ha adquirido, a sus 23 años, la estatura de un político nacional. Los medios de comunicación lo tratan como tal, le dan la misma importancia y lo comparan a su padre; destacan sus dotes de orador y su aplomo y lo describen como un chico ambicioso, brillante e incluso más dotado políticamente que su progenitor. El acuerdo parece unánime en cuanto a la inconveniencia del cargo al que pretendía pero nadie duda del futuro político que le aguarda.

La política como estrategia de poder, la política como imagen y la política como proyecto vital, son, tal y como este episodio casi shakesperiano ha sacado a relucir, los tres pilares sobre los que reside el ejercicio político de Nicolas Sarkozy. Por supuesto que no hay nada de original en ello y que ningún ejercicio de poder es altruista. Lo que sin embargo resulta novedoso es la manera en la que el presidente francés lo transforma en discurso político.
Nicolas Sarkozy se ha esforzado, desde el inicio de su mandato, en exhibirse públicamente: primero celebró su victoria con unas pequeñas vacaciones en el yate de su amigo Vincent Bolloré, uno de los grandes empresarios franceses (¿por qué esconder la relación entre el poder político y el económico cuando todo el mundo la conoce?), luego se casó con Carla Bruni (¿acaso no es normal que el hombre más importante del país se case con la mujer más bella?) y al fin, ahora, justo en mitad de su mandato, hace pública la ilusión, propia de todo padre, de ver a su hijo seguir los pasos que le llevarán un día a la función suprema.

Se trata de lo que podemos llamar el discurso de la transparencia: el líder político se muestra al mundo tal y como es, sin mentiras y asumiendo sus propias contradicciones. En el caso de Nicolas Sarkozy, (y para ello utiliza con habilidad todos los medios de comunicación, desde la alocución televisiva hasta el mensaje en la página de Facebook de su hijo para mostrarle su admiración paterna), la consecuencia de dicho discurso constituye la cuarta victoria, la definitiva: los periodistas, los escritores, la oposición política y los ciudadanos caemos en la trampa y lo juzgamos por ser lo que es, en vez de centrarnos en lo que dice y hace.

A partir de ahí, cada crítica hacia el presidente es una crítica dirigida al hombre, al padre o al honesto trabajador que descansa unos días y, como si la transparencia fuera una virtud en sí, le basta con señalárselo al periodista, escritor, político o ciudadano de turno para convertirse en víctima de un ataque personal y evitar, una vez más, la crítica y la discusión política. La democracia pierde, Sarkozy gana y otros lo imitan.

Toni Ramoneda es  doctor en Ciencias de la Información y de la Comunicación.

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