Dominio público

Luis Montes, o la dignidad

Pedro López López

Profesor de la Universidad Complutense

La que no tuvo la jauría pepera que puso en marcha una de las cacerías más infames que hemos vivido en las últimas décadas. Un gran profesional, un hombre honrado, generoso y humilde que tuvo que aguantar la basura que le echaron encima desde el PP, que, como tiene de sobra, acumula toneladas de munición para el ventilador que activa cada vez que están acorralados por alguna corruptela o quieren poner en marcha algún pelotazo y desviar la atención.

Los conceptos "PP" y "decencia" están tan alejados que cada vez que alguien con la decencia de Luis Montes asoma la cabeza y amenaza los privilegios o los chanchullos de esta banda, se pone en marcha el bulldozer de Génova e inicia la persecución fatal. Fatalmente terminó también para Ladislao Martínez, otro hombre honrado, un dirigente ecologista al que millonarios del PP acusaron de terrateniente, sabiendo que mentían como bellacos, que es lo que mejor saben hacer, junto con robar el patrimonio público. Aunque ganan batalla tras batalla, la batalla final siempre la pierden. El máximo perseguidor de Luis Montes, Manuel Lamela, ha pasado a la historia como inquisidor, como mentiroso y como protagonista de una de las corruptelas preferidas por cierta clase política: las puertas giratorias.

Su víctima, en cambio, ha dejado en los madrileños una memoria de hombre entrañable, honesto y volcado a una justa causa. ¿Qué hacen por los demás individuos como Lamela, Rato, Matas, Zaplana (el que llegó a la política para forrarse, según sus propias palabras), Camps o Esperanza Aguirre? Sus causas son sus negocios, sus familias (en lo que tiene este concepto cuando se utiliza para la práctica  del nepotismo) y sus maniobras para entorpecer la justicia. Con razón decía el escritor Samuel Johnson que el patriotismo es el último refugio de los canallas. Ahí los vemos presumiendo de banderita de España en el reloj o en el Lacoste mientras sacan sus millones al extranjero, dando lecciones de patriotismo chabacano, acusando de delito de odio y pidiendo cárcel para quien dice las verdades del barquero en canciones, chistes o artículos. Son ellos los que odian y persiguen con saña a quien amenaza sus negocios.

Era frecuente ver al doctor Montes manifestándose por causas justas. Me lo encontré en el metro el día de la manifestación del último 8 de marzo, esa manifestación que intentó ridiculizar la caverna política y mediática. Tuve el placer de intercambiar unas palabras con él y comprobar una vez más su bondad y su modestia -la de verdad, no la falsa modestia del hipócrita-. Nos deja un ejemplo que no pueden soportar sus perseguidores, que seguramente seguirán intentando ensuciar su memoria sembrando dudas sobre su actuación, como hizo Esperanza Aguirre cuando se archivó la causa. La rabia de esta gente es infinita y no cesa con la evidencia.

Luis Montes merece tener una calle en Madrid; sus perseguidores,  un puesto en la memoria de la infamia.

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