El azar y la necesidad

Deprimidos por desesperanza

Durante los cinco últimos años los ciudadanos de este país hemos vivido bajo un torbellino de malas noticias, en una escala de progresión de desastres al alza difícil de digerir. Durante este corto espacio de tiempo vital la percepción de que todo era susceptible de empeorar se ha ido acrecentado, gracias a la impagable aportación de nuestros líderes, que han declarado algo hoy  para desmentirlo mañana, que han pronosticado levante cuando soplaba cierzo, que nos han puesto miel en el paladar para acabar haciéndonos engullir ricino, que nos han exigido esfuerzo mientras se llenaban los bolsillos, que ha demostrado ignorancia o mala fe, o las dos cosas a la vez. ¿Recuerdan al ministro Solbes afirmando que la salud de nuestra banca era envidiable, al presidente Rajoy diciendo que no subiría el IVA ni los impuestos,  o al ministro Montoro pronosticando una subida del PIB para el 2013? Sin olvidarnos de las sibilas y los oráculos de la UE o del FMI, cuyo trabajo principal consiste en rehacer sus cifras y previsiones para prever un horizonte de bonanza siempre a dos años vista, o sea nunca. Si los primeros homínidos hubieran aceptado como líderes a unos ineptos de la talla de los nuestros, la especie sería ahora una anécdota fósil en el libro de la evolución.

El maltrato psicológico continuo que sufrimos, la presión constante en forma de bulling institucional y la inacabable letanía del coro de corruptos,  ha hecho mella en nuestro cerebro, lo ha colmatado de estímulos aparentemente estériles, ha dejado a nuestras neuronas en un estado de psicodelia sináptica y a nuestra capacidad de respuesta en el umbral de la catatonía. Visto lo visto, uno tiene la cruel sospecha de que realmente existe un plan diseñado por un perverso Doctor No destinado a adormecer y aniquilar nuestra capacidad de reacción, para convertirnos finalmente en dóciles eunucos.

La neurología y la psicología nos dan pistas para sospechar que el ataque es concienzudo y maquiavélico, que realmente existe un propósito perverso. A final de la década de los ochenta, un grupo de prestigiosos psicólogos norteamericanos describieron un síndrome llamado depresión por desesperanza. Según los autores, el maltrato evolutivo y el abuso emocional continuado predispone a los individuos a esta modalidad de depresión. Las personas afectadas acabamos creyendo a pies juntillas que los sucesos negativos del presente conducirán a males mayores en el futuro. Los deprimidos por desesperanza, caemos sin remisión en el pozo de la apatía, del desconsuelo, ya no creemos que después de la tormenta pueda llegar la calma. ¿Puede un país salir de una hecatombe social y económica como la que vivimos sin tener una mínimo de esperanza en el futuro? No. Pero la desesperanza tiene un valor, un preciado valor para los poderosos. La desesperanza nos obligará a aceptar como inevitable cualquier monstruosidad para poder sobrevivir: un trabajo deshonroso, un político populista, una sociedad sin derechos.

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