El azar y la necesidad

Los impuestos de Christine

A finales de los setenta, Christine era una chica de 22 años rubia y espigada que andaba con una carpeta bajo el brazo  y que se detenía  a charlar con los amigos bajo la sombra de un plátano, delante del pórtico neoclásico del prestigioso Institut d'études politiques, en Aix-en.Provence, el llamado Hôtel des lumières, un exquisito palacete del siglo XVIII. Acababa de llegar de los Estados Unidos, donde había estudiado gracias a una beca que le concedió  la AFS, -American Field Service-, una organización sin ánimo de lucro dedicada a favorecer los intercambios culturales entre jóvenes de todo el mundo. En los EUA se había diplomado en el Holton-Arms School, en Maryland y había trabajado de becaria en el Capitolio como asistente de un congresista republicano del estado de Maine. Antes de su periplo americano, había cursado el bachillerato en diversos centros y competía en natación sincronizada con el equipo nacional francés. Los problemas llegaron con la muerte de su padre, cuando sólo tenía 16 años. Su madre tuvo que esforzarse para sacar adelante una familia de 4 hijos, pero el estado francés es muy proteccionista, valora la educación y apoya a sus alumnos más brillantes.  Cuando acabó sus estudios en el IEP de Aix-en-Provence, Christine fue a París donde estudió en la École National d'Administration y en el IEP. Una vez finalizados sus estudios empezó a trabajar en el bufete de abogados más prestigioso del mundo, Baker&McKenzie y su ascensión sería imparable: en el año 2009, la revista Time la consideró una de las 100 personas más influyentes del mundo.

Christine ya no es una jovenzuela, es una mujer madura que trabaja en un moderno edificio en Pennsylvania avenue, en Washington, de cristales azulados, limpio, impoluto. Tiene un salario neto de 467940 dólares anuales más un complemento de residencia de 83760, total 551.700 dólares, más una pensión a la que tendrá acceso cuando deje el cargo. Y no paga impuestos. Como responsable máxima del FMI está exenta. Desde la butaca de su despacho Christine Lagarde recomienda a los griegos que se pongan las pilas y cumplan con sus obligaciones fiscales y que se aprieten el cinturón.  Entre café y café, llama al orden a España  y exige que se reforme a fondo la legislación laboral, y demanda que los salarios bajen un 10% en los próximos dos años. Según Christine, no hay alternativa a la austeridad,  la única receta para asegurar la estabilidad financiera, para disminuir la deuda pública de los estados. Pero la austeridad asfixia a los países europeos, a los más débiles, rebaja las ayudas sociales, limita el acceso a una educación pública de calidad, incrementa la pobreza. Christine conoce la declaración fundacional del FMI que entre otras cosas afirma que el FMI contribuirá a elevar el nivel de empleo, a la estabilidad económica y hacer retroceder a la pobreza. Pero una cosa es el espíritu fundacional y otra la trayectoria de los últimos setenta años: el FMI ha sido responsable del hundimiento económico y la pobreza de decenas de estados en vías de desarrollo, con sus draconianas e inflexibles condiciones para otorgar créditos. Christine sigue disciplinadamente la ortodoxia de pensamiento económico dominante, con la exactitud y precisión que se le exigía en el pasado en sus competiciones de natación sincronizada. A pesar de la disciplina con que sigue el pensamiento único dominante, Christine, en su fuero interno, se debe sentir independiente y triunfadora, y tiene motivos para ello. Ha logrado un prestigio y una posición que ninguna mujer antes había conseguido alcanzar, en un club exclusivo para hombres, el de las finanzas. En la soledad de su alcoba debe enorgullecerse de haberse hecho a si misma, de haber triunfado, de ser la más americana de las francesas, como afirmaba la revista le Nouvel Economiste en el año 2011. Pero si Christine Lagarde volviera a tener 22 años, y en lugar de nacer en Francia, lo hubiera hecho en España, Portugal o Grecia, ahora no podría pagarse una carrera, no dispondría de becas y no encontraría trabajo. Los impuestos que Christine no paga, fueron en el pasado los que le permitieron prosperar en el entorno de un estado protector. El mundo que ayudó a prosperar a Christine, es el mundo que ella está contribuyendo a destruir.

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