El azar y la necesidad

El coloquio de los perros

Cipión y Berganza son dos perros que, delante del Hospital de la Resurrección de Valladolid, empiezan a hablar, maravillándose de tal prodigio. El coloquio de los perros es una de las novelas ejemplares de Cervantes, ingeniosa y aguda, de lectura plácida y reconfortante. Berganza explica a Cipión sus andanzas con distintos amos y, en una de ellas, explica  el valor de la humildad: "A lo que me preguntaste del orden que tenía para entrar con amo, digo que ya tú sabes que la humildad es la base y fundamento de todas virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea. (...) de los enemigos hace amigos, templa la cólera de los airados y menoscaba la arrogancia de los soberbios...". Invito a los políticos de todas las ideologías a leer a Cervantes, cosa que redundaría en beneficio de su cultura, y a ejercitar la humildad, un hecho  que agradeceríamos todos. En tiempos de crisis, y ante el sufrimiento de millones de ciudadanos, con la inmensa dificultad que supone salir del atolladero, un poco de humildad sería una forma de mostrar respeto y consideración.

Pero la humildad brilla por su ausencia y el barómetro del CIS es una buena muestra de ello. La encuesta no deja lugar a dudas sobre la poca confianza que inspiran los políticos: los ciudadanos los suspenden a todos. Curiosamente sorprendidos por tanta desafección, algunos de ellos hablan de renovación democrática y de cambios legislativos para cambiar esa perniciosa tendencia.  A mi se me antoja un ejercicio inútil, porqué la raíz del problema se encuentra en una cuestión de actitud, no de ley. La ley está para penar los comportamientos delictivos, el nepotismo, el tráfico de influencias, las corruptelas y corrupciones varias, pero la actitud de los políticos no es condenable en los tribunales. El fiscal no puede denunciar a un político arrogante, o chulo, o soberbio, y los arrogantes, chulos y soberbios son legión, en todos los partidos. Los políticos deberían cuidar en extremo sus intervenciones públicas, no solo por respeto a sus conciudadanos, si no también para transmitir principios democráticos, de tolerancia y de buenos modos. El problema no es oír de boca de un responsable político  una opinión distinta a la propia, lo que irrita es que la exprese con arrogancia, con desdén para los contrarios. A un político se le puede perdonar un desliz, o su ignorancia, pero no su soberbia. Nuestros políticos carecen de grandeza, porqué se creen importantes, dan la impresión de ser tontos de solemnidad porque aparentan ser demasiado listos,  parecen culpables porque no muestran arrepentimiento ni piden nunca perdón por sus errores. El prototipo de político español, con todos esos defectos, es José María Aznar, que no ha tenido ningún rubor en dejar testimonio para la posteridad de su bajeza, chulería, prepotencia, falta de luces y soberbia. Gracias a sus memorias, los historiadores del futuro no tendrán ninguna duda sobre qué personaje era Aznar, habrá unanimidad.

Humildad, respeto y también contención. Que los políticos hablen, pero sólo cuando respondan por su gestión o cuando quieran transmitir algo importante, no para soltar lindezas. Dice el perro Berganza sobre los lenguaraces: "...mucho ha de saber, y muy sobre los estribos ha de andar el que quisiere sustentar dos horas de conversación sin tocar los límites de la murmuración; porque yo veo en mí que, con ser un animal, como soy, a cuatro razones que digo, me acuden palabras a la lengua como mosquitos al vino, y todas maliciosas y murmurantes...". Malicia y murmullos, ojalá  nuestros políticos tomaran buena nota de ello y pensaran un poco antes de hablar.

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