El azar y la necesidad

Allons enfants de la patrie!

Europa vive un momento de crisis y tensión sólo equiparable al que sufrió en la década de los años treinta del siglo pasado. En ningún otro momento de la historia reciente europea, ni durante la caída del muro de Berlín, ni durante las revoluciones de mayo del 1968, se alcanzó un grado tan alto de inestabilidad.  Pero a  pesar de todas las convulsiones y de las políticas antisociales de la UE, los países del sur , los más afectados,  no parecen estar expuestos a un conflicto social  inminente. Curiosamente el país que más cerca se encuentra del estallido es la poderosa Francia. Voces autorizadas,- intelectuales, políticos y empresarios-,   alertan de la posibilidad de una explosión social,  de un revuelta en toda regla, a la francesa, sin cuartel, como en el 68, pero más a lo bestia. Si los franceses salen a la calle en masa,  el efecto dominó arrastrará a la mayoría de países europeos, incluido el nuestro.  En Francia, en estos momentos, hay mucho pesimismo y amargura   fermentando en indignación y odio.

La Haine, El odio, es una película dirigida por Mathieu Kassovitz en el año 1995 que retrata perfectamente el ambiente de crispación, tensión y violencia policial  que conforman el día a día de los banlieues de París. Hay una escena de la película, en la que los tres amigos protagonistas se encuentran a un viejo exiliado que les cuenta batallitas de su pasado, de cuando fue deportado a Siberia.  El viejo explica como un amigo suyo bajó del tren a defecar en una breve parada. El tren se puso en marcha y tuvo que correr para alcanzarlo agarrándose los pantalones para que no se le cayeran, mientras los compañeros desde el vagón le tendían la mano para ayudarle a subir. El pobre desgraciado tenía que optar entre dar la mano para subir al tren y quedarse sin pantalones, o conservar estos y perder el tren. Esta imagen cómica de película de Chaplin de los años veinte refleja a la perfección la encrucijada en la que se encuentra Francia, y en cierta manera toda Europa.

Francia está técnicamente en recesión desde hace dos años,  el paro esta por encima del 10% y  muchas empresas importantes se encuentran en concurso de acreedores o en quiebra técnica. El clima de tensión social es muy alto y el presidente Hollande  se ve atrapado entre la obediencia al vecino alemán o el cumplimiento de su mandato electoral de reformas sociales y de aumento de las inversiones públicas. Las encuestas sitúan a Hollande en el 15% de aceptación, el índice más bajo que nunca haya tenido un presidente de la República.  Hollande no sabe si subirse los pantalones o agarrar la mano envenenada que le tiende Merkel desde su locomotora diesel. De momento parece claro que su opción es la de  quedarse con el culo al aire y, a la postre, sin futuro político. Eso tendría poca relevancia para los franceses, si no fuera porqué, después del fracaso de los gobiernos conservadores de Sarkozy, la debacle de los partidos de centro derecha, la UMP y la UDF,  y el desengaño del acceso al poder de la izquierda, Francia queda en manos de la extrema derecha del Frente Nacional de Marine Le Pen. Para comprobar la fuerza que tiene Marine,  sólo hay que fijarse en las cotas de popularidad de Manuel Valls,  el ministro del interior socialista, que después de la polémica expulsión a Rumanía de una familia de gitanos, ha alcanzado el 65% de aceptación. Es muy curioso constatar cómo son aceptados los socialistas cuando actúan como lo haría la extrema derecha. El caso de Manuel Valls es paradigmático y paralelo al que siguió Sarkozy en su momento. El ex presidente se ganó su billete al Eliseo siendo ministro del interior y reprimiendo con virulencia las revueltas en los banlieues de París. Manuel Valls parece que aspira al mismo objetivo, endureciendo las medidas de persecución de los sin papeles, especialmente los de la comunidad gitana originaria de Rumania. Pero a Manuel Valls se le pueden torcer los planes, porqué  si la situación económica se complica, y se complicará, deberá enfrentarse a graves problemas en la calle y a Valls no le quedará otra opción que reprimir a sus propios electores, a los votantes de izquierda.  Cuando los sectores populares no se sienten representados por sus gobiernos, acaban optando por salirse del guión. Cuando el estado deja de ser la última barrera contra las injusticias y la pobreza, se convierte en enemigo de los ciudadanos.

Francia tiene síntomas alarmantes de motín, está en ebullición y buena muestra de ello es la revuelta de los bonnets rouges bretones, un movimiento heterodoxo y popular que protesta contra la aplicación de ciertos impuestos y defiende la aplicación de más reformas sociales y de más autonomía para Bretaña,  y lo hace con energía y virulencia. Los bonnets rouges han conseguido ya uno de sus propósitos, la retirada de la ecotasa para los camiones pesados, anunciada hoy por el ministro de medio ambiente Philippe Martin. En enero de 2014, está previsto un incremento del IVA que está despertando la indignación en todos los sectores sociales, además, los agricultores  están en pie de guerra como siempre, lo mismo que los obreros de la siderurgia, los de las empresas químicas, los de la industria del automóvil  y los estudiantes. Si Francia finalmente estalla, si la indignación llega a la calle, toda Europa se inflamará, y eso puede ser una buena noticia para los que sufrimos las políticas restrictivas que impone la Unión Europea bajo la vigilancia de Angela Merkel. Ya que en nuestro país, de momento, aún somos incapaces de reaccionar con fuerza y energía y unidad  a los ataques inmisericordes de la derecha, esperemos que la revolución de nuestros vecinos nos despierte de nuestro sopor y nos dé alas.   Allons enfants de la patrie!

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