Las ciudades, en oposición a los estados, han sido las verdaderas vertebradoras de la idea de Europa y son las responsables de mantener aun vivo el pulso de su identidad. La cultura, el comercio o la generación de ideas se crean y trasmiten desde las urbes. Las ciudades tienen un impulso propio, una dinámica, que las hace difícilmente controlables desde el poder, desde el poder de los estados. Las ciudades, a lo largo de la historia, y a pesar de su fragilidad, han sido una organización más perdurable que las naciones o los estados. Las ciudades perduran, los estados cambian, se transforman o desaparecen. La resistencia de las ciudades a los envites de la historia, su capacidad de asimilar los cambios geoestratégicos y económicos de su entorno, las convierten en organismos con resiliencia, la capacidad que tienen algunos seres vivos de sobreponerse a periodos de dolor emocional y de situaciones adversas.
Las ciudades europeas, y la mayoría de las ciudades de todo el mundo, se han creado de forma más o menos espontánea, por agregación y por atracción. Las ciudades son atractores, polos evolutivos reales, más allá de leyes, patrias e imperios. La idea de libertad, de democracia nace en la ciudad y se trasmite al estado, no al revés.
Es por esta razón que las elecciones municipales son las elecciones más importantes a las que se enfrenta un ciudadano, porqué del gobierno que surja de su elección, determinará en gran medida su futuro personal, su confort diario, el acceso a los servicios básicos, su calidad de vida. Si existe un ente capaz de oponerse a las políticas asfixiantes de los estados y sus gobiernos, estos son el del gobierno de las ciudades. Las ciudades son libres, por eso algunos partidos políticos intentan , ingenuamente, controlarlas y dominarlas para sus intereses particulares.
La mayor parte de los partidos políticos tradicionales, incluidas las nuevas fuerzas emergentes como Podemos y Ciudadanos y las diversas plataformas que se han generado, basan su estrategia de cara a las elecciones municipales en consignas de elecciones generales, no locales, y eso, a mi parecer, es un lamentable error, un error que pagarán los ciudadanos.
Una alcaldía es, seguramente, el cargo más digno y noble de quien aspira a trabajar para la mejora de calidad de la vida de sus vecinos, no un trampolín para sus intereses particulares, o los de su formación política. Michel de Montaigne fue nombrado alcalde, un poco a su pesar, de su ciudad, Burdeos. Durante el tiempo que ejerció el cargo, intentó moderar las tensiones religiosas entre sus convecinos, católicos y protestantes. Montaigne declino siempre ocupar otro tipo de cargos públicos de más vuelo, ni compensación alguna por sus consejos: No he recibido nunca ningún bien de la liberalidad de los reyes, ni pedida ni merecida, y no he recibido ningún pago de los pasos que he hecho a su servicio. Que tomen nota los alcaldables.
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