Tierra de nadie

Maquiavelito for president

Se echaba ya en falta un amplio reportaje en el que se desgranaran todos los méritos, capacidades y virtudes de ese fénix de los ingenios que habita en la Moncloa, el Merlín que necesita todo un rey Arturo como Pedro Sánchez y que se hace llamar Iván Redondo. Retirado de la circulación periodística impresa Javier Negre, que venía a ser el homérico escriba que cantaba periódicamente al mundo sus hazañas, ha sido el dominical de El País el que ha tomado el relevo para dar cuenta del interminable viaje al éxito del Odiseo de la asesoría política, sin cuyos oficios el presidente del Gobierno sería hoy un altísimo Don Nadie. No es que Redondo sea vanidoso, pero debe de ser que le encantan los florilegios, especialmente si las rosas que se le lanzan tienen menos espinas que los palitos de merluza ultracongelados de Findus.

Estamos, o así se nos presentaba al personaje, ante "uno de los hombres con más poder de este país", un "primer ministro en la sombra" o el "virrey" de un "gobierno paralelo",  cuya modestia le hace hablar de sí mismo en estos términos: "Soy un humilde asesor. No aspiro a tomar ninguna decisión, sino a hacer  recomendaciones". Sí, señores, así es Iván Redondo, al que por error se define como el imprescindible colaborador del presidente del Gobierno, cuando lo correcto sería invertir el orden de los factores; es Sánchez el que colabora con Redondo, como lo hacía con su voz ronca el cuervo Rockefeller con José Luis Moreno. Jamás un vendedor de crecepelo había alcanzado una cima tan estratosférica de reputación e influencia.

No sabe uno que le parecerá al presidente del Gobierno descubrir cada cierto tiempo que tiene a su lado a semejante portento de la fontanería política y leer que todo lo sucedido en España en los últimos tiempos, desde la moción de censura contra Rajoy a la formación de la coalición de Gobierno, es obra de su Maquiavelito, ejemplo de "audacia" y "siempre en la siguiente jugada", dicho sea en boca de quienes le conocen bien y que, curiosamente, han estado a su servicio. Como se afirma, todo está en la cabeza de Iván Redondo, al que como a Fraga le cabe en ella el Estado, el de ahora y de dentro de 30 años que para eso su fuerte es la prospectiva.

Singularmente dotado para la predicción, genéticamente incapaz de ponerse nervioso, a cualquiera en su lugar le podría la presunción, pero no a Iván, "un tipo normal, agradable y poco dado a las ceremonias", siempre precavido, un "jefe comprensivo" que nunca levanta la voz. Semejante yerno haría feliz a la suegra más exigente si, además, viene adornado, como es el caso, con una capacidad de trabajo sin precedentes en la historia de la humanidad. ¿Que Sánchez está a las 6.30 corriendo por los jardines del palacio como un poseso? Una hora antes Redondo ya está analizando la jornada con un café en la mano en cuyos posos lee el futuro sin tachaduras. Oiga, y qué diferencia con los de Podemos, que son más vagos que la chaqueta de un guardia a la hora de redactar informes propios. Los 100 de Redondo, es decir su ejército de escritores de discursos, especialistas en imagen y "destripadores de algoritmos", no para de producir notas y más notas, miles, millones de notas en un idioma comprensible para que Sánchez, justito de luces, las entienda adecuadamente.

Se comprenderá que alguien así, que cuando se lo propone puede convertir a su protegido en un xenófobo o en un mamarracho, según convenga, esté más que rifado. ¿Que por qué ha elegido a Sánchez para conducirle a la gloria? No por ambición, no, que eso sería una ofensa en alguien tan altruista que huye de los focos y que nunca usará su paso por el poder para hacerse de oro algún día en su chiringuito de comunicación política temporalmente cerrado. Si está al lado de Sánchez, si le ha bendecido con su sabiduría y sus consejos es por "amistad y compromiso personal", porque su aspiración es la "excelencia profesional", así como suena de rimbombante.

A partir de aquí se entiende el resto. Redondo está volcado con el presidente, como es natural. Con los vicepresidentes, excepción hecha de Pablo Iglesias con el que ha tenido la deferencia de hablar a diario durante el confinamiento porque ni Joyce ni Pessoa le son ajenos, se reúne muy de vez en cuando, que su tiempo es oro con diamantes engarzados. ¿Y los ministros? A hacer cola ante su puerta, que aún no se dispone en Moncloa de esos expendedores de números tan habituales en las pescaderías.

El personal se preguntará con razón para qué queremos políticos, que no dejan de ser personas interpuestas entre Redondo y la ciudadanía, cuando lo más útil, lo más económico, sería que este genio tenebroso concurriera directamente a las elecciones y pusiera su cara en los carteles, sobre todo ahora que es profeta en la tierra del crecepelo. Si en su modestia es el amo de la geometría absoluta y del escudo social, si es su cráneo privilegiado el que ha parido la idea del "new deal" ecológico, sostenible y digital, ¿qué necesidad tenemos de intermediarios? ¿Por qué conformarnos con Fouché si por el mismo precio -que no es barato y que pagamos entre todos para que ni Sánchez ni el PSOE se arruinen- podemos tener al mismísimo Napoleón de antes de Waterloo?

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