La realidad y el deseo

Saber perder (I)

Después de la derrota electoral del 22 de mayo, el presidente Rodríguez Zapatero afirmó que los socialistas también saben perder. ¿Pero quién ha perdido? ¿Un determinado grupo político o los valores y las ideas de la izquierda? Situar bien esta cuestión resulta decisivo a la hora de interpretar el sentido de la expresión deportiva "saber perder".

Si se trata sólo del PSOE, la derrota puede entenderse como la cara amarga del cumplimiento de una misión. Hace unos meses visitó España un asesor de Obama. En sus declaraciones defendió la necesidad de tomar medidas poco populares en nombre del sistema establecido. Si las medidas pasan una grave factura electoral, el daño de hoy se convierte paradójicamente en promesa de futuro, en posibilidad de regresar al Gobierno cuando el otro partido mayoritario sufra su desgaste. La derrota, así entendida, es uno de los papeles que deben cumplir las formaciones mayoritarias en un sistema bipartidista, planeado como un ejercicio de turnos en el que cambian los rostros para que todo siga más o menos igual.

Desde esta perspectiva, el PSOE ha sabido perder. Ha aplicado con mano dura la política económica impuesta por el neoliberalismo, asumiendo la responsabilidad de unas reformas que empobrecen la economía de los ciudadanos y degradan los derechos laborales. Se ha prestado a aparecer como único culpable de una crisis originada en realidad por la avaricia de los mercados financieros, las estrategias de los bancos y una ideología política que favorece la desregulación de la economía. Más que debilitar al Estado, la ideología neoliberal aplica toda la fuerza del Estado al servicio de las grandes empresas, como se demuestra cada vez que el director del Banco de España abre la boca. Cuando el PP gane las próximas elecciones, seguirá una política parecida, se desgastará, quizá no sepa perder, crispará de nuevo, pero los ciudadanos pasarán factura y habrá otro cambio de ciclo en la misma inercia social. La llamada razón de Estado no es más que la alianza de fondo con unos intereses concretos.

Si pensamos en los valores de la izquierda, el PSOE no está sabiendo perder. Ha pagado una factura que tiene más relación con la lógica del capitalismo europeo que con el pensamiento de muchos de sus votantes. Aceptar en público que no se puede hacer otra política se parece demasiado a admitir la inutilidad del PSOE o una utilidad sólo reducida a la sucesión de turnos en la farsa parlamentaria. La personalidad de un presidente define siempre un estado de ánimo democrático. Si los presidentes anteriores representaron el cinismo pragmático o la mentira institucionalizada, Zapatero encarna ahora el carácter modesto de la impotencia, la quiebra de la soberanía en una sociedad donde las decisiones políticas no dependen de los representantes de los ciudadanos, sino de las exigencias de los mercados.

Pero ¿es verdad que los gobernantes no pueden tomar otras direcciones? La respuesta nos conduce a una discusión que amplía mucho la semántica del saber perder y el saber ganar. Más allá de la lógica de los turnos, los militantes del PSOE deberían provocar un verdadero debate político si quieren dejar de ser meros cómplices de las decisiones de los bancos alemanes y del FMI. Por desgracia, las estrategias actuales de sus dirigentes no apuntan a eso. Los juegos de poder que se han desatado intentan cancelar una discusión real de futuro, desviar la inquietud de las bases con un falso congreso, unas primarias truncadas o un pacto entre barones. Las maniobras cardenalicias de Rubalcaba suponen la configuración de una estrategia electoral defensiva e interesada. Como ocurre con la economía capitalista, se busca salida por la derecha y se utilizan los miedos de la crisis para imponer más de lo mismo.

La izquierda saldría ganando si los socialistas fuesen capaces de abrir un debate sobre su política sin limitarse a la urgencia electoral. No se trata sólo de elegir a un candidato, sino de pensar, por ejemplo, qué postura debe adoptar un Estado ante las grandes empresas privatizadas que, después de obtener altísimos beneficios, pretenden dejar sin empleo a miles de trabajadores. Significa poco perder o ganar si uno no es dueño de sus victorias o de sus derrotas.

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