El ojo y la lupa

Komo triunfár con huna pexima hortográfia

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Tanto lebanta la mano el personal dozente, tanto se enrarezen y hescatiman los abitos de lektura y tanto obligan a aorrar caráctéres hinstrumentos de comunicazion en voga como Tuiter o los mesanges de mobíl que el huso corecto del hidioma, sovre todo por los más jobenes, hamenaza con conbertirse en una rareza. hes una pena porque el fenoméno coinzide con la praktika eradikazión del hanalfabetismo y con la konsolidazion de la jenerazion mejor formáda de la istoria, lo que no hinpide que sea la que —kosas de la krisis— tiene tanvien un futúro mas négro. la hortográfia, la prosodia y la sintasi cotizan a la vaja, la malloria de los profesores (hincluidos mushos de lengua) no se hatreben a suzpender a nadie, ni sikiera por faltaz frekuentez y rrehitéradaz, y muchos halunmos salen de colejios y hunibersidades sin saver hordenár o puntuar un testo y aciendóse un lio con aches, jes, jotaz, ves y hubes.

Tranquilos: el corrector ortográfico no se ha vuelto loco. Solo trato de que se hagan una idea de lo que se van a encontrar si abren ¡Abajo el colejio!, con gran probabilidad, el libro con más errores gramaticales de la historia. Menos mal que son premeditados. Está escrito en primera persona y queda claro que su protagonista, Nigel Molesworth, no era el primero en la clase de Lengua. El traductor, Jon Bilbao, no lo ha tenido fácil para transcribir al castellano los términos ingleses de una obra cuyo título original  —Down with skool!— ya contiene una falta clamorosa, así que ha tenido que recurrir a la invención, confiando en que el resultado sea tan disparatado como en el original.

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No es probable que, Enrique Redel, editor de Impedimenta, pretenda con la publicación de ¡Abajo el colegio!, Un manual de instrucciones para la vida escolar destinado a los alumnos y sus padres, terciar con ironía en el reciente debate sobre el preocupante mal uso de la lengua que infecta a los estudiantes españoles. Su objetivo es más bien proseguir con el rescate de joyas olvidadas o desconocidas de la literatura británica. Y este libro, primero de una serie de cuatro y publicado por vez primera en 1953, cumple ese requisito al recrear las andanzas de Nigel Molesworth, travieso y nada aplicado alumno del ficticio Colegio de San Custodio nacido para la imprenta en las páginas de la mítica y ya desaparecida revista humorística Punch.

Los textos son de Geoffrey Willans (1911-1958), y las viñetas con las que forman un conjunto indisociable son de Ronald Searle (1920-2011). Éste último fue dibujante habitual no sólo de Punch, sino también de otras publicaciones de prestigio como The New Yorker o Life. Su biografía es apasionante, con episodios como el trabajo forzado de prisionero de guerra de los japoneses en el Ferrocarril de la Muerte Siam-Birmania o su labor como retratista en los juicios de Núremberg contra la cúpula dirigente nazi.

¡Abajo el colejio! recoge la vida en un colegio privado inglés, pero no tiene intención alguna de denunciar el estricto y con frecuencia brutal régimen interno que en otro tiempo caracterizaba a esas instituciones. Nada que ver, por ejemplo, con el internado de If, la película de Lindsay Anderson que ganó la Palma de Oro de Cannes en 1969. Y tampoco con las represivas y brutales escuelas militares de otras culturas que sirvieron de inspiración a Mario Vargas Llosa en La ciudad y los perros, o a Robert Musil en Las tribulaciones del estudiante Törless.

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Es cierto que en San Custodio se reparte estopa a diestro y siniestro. Y que Searle dibuja diversos instrumentos para impartir castigos físicos, así como un "catálogo de argucias y torturas de los profesores". No obstante, del relato de Willans no puede deducirse ni que el cuerpo docente fuese una colección de sádicos que se saliese de lo que antaño era habitual, incluso frecuente, ni que el alumnado estuviese aterrorizado por una rutina que se seguía como parte del ritual, pero sin verdadero entusiasmo.

Se trata más bien del ejercicio de nostalgia de un antiguo colegial, repleto de anécdotas sobre cómo burlarse del enemigo (los profesores), escaquearse de clase, enfrentarse a disciplinas incomprensibles como el latín o las matemáticas o acumular experiencias para relatar años después en el club con un vaso de escocés en la mano. Ironía, incluso sarcasmo, pero sin amargura. Humor blanco en todo caso, demasiado blanco, pese a que podría haber sido negro, muy negro.

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