Otras miradas

La dignidad no empuña pistola

Félix Población

FÉLIX POBLACIÓN

Escritor y periodista

No me han sorprendido las recientes declaraciones del afamado escritor y académico Arturo Pérez-Reverte en vísperas de la salida de su próximo libro, cuyo título vamos a ignorar. Don Arturo sabe mejor que nadie los resortes del tinglado mediático en el que se mueve la mercadotecnia editorial, aunque él, por tirada y nombradía, no debería necesitarlos a estas alturas. Sobre todo si, para hacerse notar, se apela a las vísceras con aguda inteligencia mercantil en lugar de recurrir a la más convincente, esclarecedora y por lo general más desinteresada inteligencia conceptual.
Como la memoria histórica está siendo últimamente materia muy sensible y dada a la controversia visceral –gracias sobre todo al escozor que causa entre quienes se resisten a condenar y reparar los crímenes de la dictadura franquista–, mucho me temo que el académico y escritor se ha dejado llevar por esos temerarios derroteros, según hemos podido leer en un titular que resume sus declaraciones en una entrevista publicada por el diario El Mundo: "Pérez-Reverte carga contra la memoria histórica y dice que todos los españoles hemos sido igual de hijos de puta". Sin duda ha sido decisivo el uso por parte del escritor y periodista del término cervantino que culmina su manifestación para que la valoración de la noticia tuviese su consiguiente relevancia mediática, como él muy bien habrá calculado.

El empleo indiscriminado de la descalificación que hace don Arturo me recuerda un artículo suyo, publicado en el suplemento dominical de un periódico conservador hace algunos meses, en el que amaga con hacer lo propio con la clase política. El texto llevaba por título "Esa gentuza" y desarrollaba con sobrada elocuencia el contenido que se le presupone. Lo iniciaba el escritor dando cuenta de su personal rabieta, "desprovista de razón", en torno a los señores diputados que ve salir del Congreso, a los que trata de "oportunistas advenedizos, sin escrúpulos y sin vergüenza, y ante los que siento ganas –afirmaba textualmente– de ciscarme en su puta madre". Se preguntaba el articulista a continuación por qué "se le sube la pólvora al campanario" ante el desfile de congresistas, pese a saber que entre ellos hay "gente perfectamente honorable: Por qué unas cuantas docenas de analfabetos irresponsables y pagados de sí mismos –añadía y matizaba luego–, sin distinción de partido ni ideología, pueden amargarme en un instante, de este modo, la tarde, el día, el país, la vida".
Que la aparente generalización inicial quede luego reducida a "unas cuantas docenas" de excepciones no impide transmitir al lector una impresión global muy negativa acerca de los parlamentarios, que como la de ahora sobre la memoria histórica sería lo más noticiosa en los medios. Entonces describía Pérez-Reverte su desahogo con una expresión muy gráfica, "echar la pota", algo que no le pasó desapercibido a un indignado José Bono, presidente del Congreso, que le recomendó servirse de un antiemético la próxima vez, en evitación de similares evacuaciones biliosas.
No lo hizo Pérez-Reverte antes de sus recientes declaraciones al diario aludido, como bien prueba el contenido desglosado de las mismas: "Me parece muy bien la Ley de Memoria Histórica –afirmó–, pero necesita tener una letra pequeña, un apéndice que la contextualice" para que no se pueda "hablar de unos buenos y otros malos a estas alturas", porque "cualquiera que haya leído historia de España sabe que aquí todos hemos sido igual de hijos de puta. Todos". Se refiere también el académico a España "como un país gozosamente inculto, un país deliberadamente inculto (...), y con gente así la Ley de Memoria Histórica es ponerle una pistola en la mano". Para don Arturo, "atribuir los males de un periodo a cuatro fascistas y dos generales es desvincular la explicación y hacerla imposible". "Que un político analfabeto –añadía–, sea del partido que sea, que no ha leído un libro en su vida, me hable de memoria histórica porque le contó su abuelo algo, no me vale para nada. Yo quiero a alguien culto que me diga que el 36 se explica en Asturias, y se explica en la I República, y se explica en el liberalismo y en el conservadurismo del siglo XIX. Porque el español es históricamente un hijo de puta". También se lamentaba el académico de la RAE de que aquí nos faltó una guillotina al final del siglo XVIII: "El problema de España, a diferencia de Francia, es que no hubo guillotina en la Puerta del Sol que le picara el billete a los curas, a los reyes, a los obispos y a los aristócratas. Nos faltó eso, pasar por la cuchilla a media España para hacer libre a la otra media".
En lugar de guillotina, ciertamente, en este país se gestó y promulgó en Cádiz (1812) una de las constituciones más liberales de su tiempo, confiados quienes la forjaron en que ese sería el civilizado curso para encauzar un avanzado tránsito de reformas, dejando atrás para siempre la rémoras absolutistas e inquisitoriales. No fue posible porque los sectores más retrógrados y oscurantistas de la sociedad española sembraron el siglo XIX de sangrientas guerras civiles, empeñados en lastrar todo atisbo de evolución emancipadora. Ni en esa centuria fue posible la instauración y consolidación de un primer régimen republicano que promoviera una sociedad más libre y justa, ni en la siguiente se pudieron culminar las reformas sociales, educativas y culturales que acometió la II República, contra la que se rebelaron otra vez quienes representaban a la vieja y pertinaz España reaccionaria. Para que la historia no vuelva a repetirse, muchos españoles tenemos claro que conviene avivar lo mejor de nuestra memoria democrática, pues su enseñanza es lo más recomendable para que el papel de hijo de puta histórico no se repita en las circunstancias que le son más idóneas: cuando se pisan los votos con las botas, la ideas y la palabra con la mordaza, y la fuerza de la razón con la razón de la fuerza.

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