Carta con respuesta

Bricolage del alma

Fallecimientos en las carreteras, atentados... convivimos con la muerte, pero pocas veces nos atrevemos a considerar que un día, quizá no muy lejano, el tejo caerá sobre nosotros inexorablemente. Me sorprendo cada vez que alguien declara que no se arrepiente de nada. Por el contrario, pienso que es de buen gobierno personal rectificar no una, sino muchas veces. Enderezar nuestros pasos con tal que la suma del polvo levantado en nuestro caminar se corresponda al de una persona que ha dado su vida por un ideal que valga la pena. Haber cumplido con nuestra misión no significa que hayamos tenido grandes éxitos ante los ojos del mundo, sino que con nuestro actuar hayamos contribuido a hacer más felices a los demás.

PILAR CRESPO ÁLVAREZ TARRAGONA

Estoy más o menos de acuerdo, Pilar. ¿Dar la vida por ideales? No me fío, la verdad. Joseph y Magda Goebbels, por ejemplo, dieron su vida (y la de sus seis hijos, de paso) por un ideal. Precisa usted: "un ideal que valga la pena". Claro, muy fácil, ¿y quién dice que el ideal cristiano vale la pena, por ejemplo, y el del III Reich no? En general, yo aplico esta regla: ningún ideal que exija una vida a cambio debe de valer de verdad la pena, prefiero los ideales generosos a esos otros que te exigen intereses con usura.

La muerte, ya lo sabemos, les sucede siempre a los demás. Unamuno recordaba con razón que morirse no es ni justo ni injusto: es así, no hay más que decir, igual que no es ni justo ni injusto que las mandarinas tengan pepitas. Añadía, sin embargo, que hay que vivir de tal modo que a los demás les parezca injusto que nos hayamos tenido que morir. Hay personas ante cuya muerte me he rebelado y me ha parecido demasiado injusto que ellos también tuvieran que morirse como todos los demás. Supongo que usted tendrá la misma experiencia.

Afirmaba Unamuno que el único propósito de la vida es "hacerse un alma". Yo también creo que no venimos con ella ya construida de fábrica. Como mucho, debemos de tener almas de Ikea: nos dan las piezas y la maldita llave Allen, pero luego tenemos que montarla nosotros por nuestra cuenta. Sucede lo mismo que con los muebles: hay que buscar herramientas (disciplina, humor, cariño, inteligencia), se tarda mucho, cuesta demasiado esfuerzo, suelen sobrar piezas, se pierde varias veces la paciencia, las ganas, el buen humor, te haces daño en los dedos, en el orgullo y en la vanidad, y como dice usted, hay arrepentimientos, hay que rectificar y en ocasiones volver a empezar otra vez desde el principio. Como en Ikea, las instrucciones (religiones, ideologías, etc.) no ayudan gran cosa: al final siempre hay que improvisar y tomar decisiones con nuestra propia cabeza. A mi modo de ver, vale la pena.

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