Al sur a la izquierda

Los indignados de Halloween

Los mismos que claman contra la proliferación de las fiestas de Halloween entre la infancia y la juventud española son sin duda los que también defienden la urgencia de extender el bilingüismo en las escuelas para que el inglés se convierta en la segunda lengua de esa misma infancia y esa misma juventud que cada víspera del Día de Todos los Santos se acopla en la dentadura unos colmillos de Drácula o se blanquea la cara como un zombi.
Quienes se indignan contra la costumbre de celebrar una fiesta tan absolutamente anglosajona en un país tan absolutamente latino no parecen entender que Halloween y el inglés van en el mismo paquete, y que las razones por las cuales a todos nos parece importante saber inglés se parecen bastante a aquellas por las cuales los chicos disfrutan tanto disfrazándose de momias y vampiros.

Y tampoco faltarán entre los indignados de Halloween amantes del cine norteamericano, de forma que sus grandes frases, sus escenas más memorables, sus personajes más heroicos, malvados o entrañables son ya parte de la memoria personal de esos aficionados, los cuales hace ya mucho tiempo que habrán ido olvidando las expresiones propias del castellano a la hora de nombrar situaciones prototípicas y habrán echado mano de las aprendidas en las películas de Hollywood. Cuando utilizamos en una conversación muletillas como "¡Qué escándalo: aquí se juega!" o "Houston, tenemos un problema" o "Cuando bebo agua bebo agua y cuando bebo güisqui bebo güisqui" o "Nadie es perfecto" o "Yo no lo haría, forastero", estamos en realidad haciendo lo mismo que los niños al disfrazarse en Halloween en vez de estar pensando en ir al día siguiente al cementerio a honrar la tumba de la abuela. Algún escritor ha lamentado que utilicemos expresiones que en realidad pertenecen al doblaje en castellano de la película, y son ajenas a la tradición coloquial de nuestro idioma, como "maldita sea".
Cuando el lunes dejaba la redacción hacia las once de la noche y veía las calles de Sevilla con tantos chicos felizmente disfrazados recordaba mi juventud perdida: entonces habría despotricado, maldita sea, contra estos jovenzuelos adscritos a una tradición tan ajena a nuestra cultura, y me habrían entrado ganas de avisar al fiscal del distrito para que los condujera a todos ellos ante el juez del condado y que este los condenara a beber solo zarzaparrilla durante todo un año. Pero aquellos eran otros tiempos. Entonces aún no había decidido que ya iba siendo hora de aprender inglés de una maldita vez.

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