A ojo

Llevaba la vía

Ocurrieron dos insólitos accidentes de tráfico en el mundo a principios del mes pasado. El primero fue en alta mar, unas cuantas decenas de metros bajo las olas del Atlántico: chocaron dos submarinos nucleares, uno francés y otro británico. Al parecer ambos navegaban despacio, y no sufrieron más que rayones y abolladuras en la carrocería. Mucho peor les fue unos pocos días más tarde, a 800 kilómetros de altura en el cielo siberiano, a dos satélites artificiales que se estrellaron cuando corrían a 50.000 kilómetros por hora siguiendo órbitas exactamente perpendiculares en torno a la Tierra: de Sur a Norte (en ese momento) el uno, que era norteamericano, y de Oeste a Este (en ese sitio) el otro, que era ruso. Quedaron hechos cisco.

En el caso naval no pasa nada. Tanto el almirantazgo británico como el francés están abochornados. No saben cómo explicar que sus dos sumergibles fueran incapaces de evitar la colisión en la mitad del ancho y profundo océano y se piden recíprocamente disculpas. Pero en el caso del choque de los satélites en la aún mayor vastedad del espacio exterior, que resulta todavía más improbable, sí pasa: los Comandos Estratégicos de Rusia y Estados Unidos se acusan el uno al otro de haberlo provocado deliberadamente y con alevosía, como preparación para la apocalíptica Guerra de las Galaxias con la que soñaba el difunto presidente norteamericano Ronald Reagan, y para la cual se alista también el hoy ex presidente y primer ministro y futuro presidente ruso Vladimir Putin.

Los dos casos recuerdan un tercero que se conmemora en una tumba del cementerio de Génova, en Italia, célebre por su elocuente epitafio. Bajo el nombre del muerto allí enterrado está grabada en la lápida una frase escueta:
"Llevaba la vía".
Si las dos superpotencias atómicas (Rusia todavía lo es) no abandonan sus resabios de la Guerra Fría, el próximo epitafio de víctimas de accidentes de tráfico puede ser el de todos nosotros.

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