A ojo

Como una guerra

Un político francés acaba de hacer una advertencia apocalíptica: las consecuencias económicas y sociales del triunfo del candidato de la izquierda en las elecciones presidenciales de abril en Francia serían "comparables a una guerra". Se trata de Bernard Accoyer, presidente de la Asamblea Nacional e importante miembro de la UMP (Unión por un Movimiento Popular), el partido del presidente Nicolas Sarkozy, que antes se llamaba, con mayor franqueza, Unión para la Mayoría Presidencial. Las iniciales han cambiado. El fondo no.

¿Una guerra por cuenta de la victoria del manso y gris François Hollande? No suena verosímil. Pero esa ha sido siempre la amenaza de la derecha (y no sólo de la francesa) desde que las elecciones existen para el caso de que la izquierda tenga el atrevimiento irrespetuoso de ganarlas. Y, en efecto, ha sido frecuente que, ante una victoria de la izquierda local, la derecha correspondiente desencadene una guerra civil, y a veces consiga hacer intervenir en ella a su favor a derechas imperiales más amplias. La historia de la propia Francia muestra varios ejemplos.

Pero no la historia reciente. Al revés. Las peculiaridades del sistema presidencial de la V República francesa han permitido incluso la llamada "cohabitación", la antinatural pero apacible vida marital de izquierda y derecha dentro de un mismo gobierno: el presidente socialista Mitterrand cohabitó con el primer ministro de derecha Chirac, y luego el presidente Chirac con el primer ministro de izquierda Jospin. Y no pasó nada.

Más bien sería de temer lo contrario: una nueva victoria de la derecha en Francia, pues son las derechas del mundo
–cuya encarnación francesa es la UMP de Accoyer y su jefe Sarkozy–, en cohabitación con las derechizadas izquierdas, las que han llevado al mundo a la crisis actual. Crisis que, esta sí, está teniendo consecuencias económicas y sociales comparables a las de una guerra (y sumadas a ellas la consecuencia política de descabezar a los gobiernos en ejercicio, sean de izquierda o de derecha). Con el corolario nefasto de que, como se ha visto ya en Grecia e Italia, quien acaba gobernando directamente y sin incómodos políticos intermediarios es un funcionario de la burocracia financiera internacional.

Ni a san Juan, autor del original Apocalipsis, se le hubiera ocurrido una cosa semejante.

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