A ojo

Una confesión

El ex presidente norteamericano Bill Clinton, que ahora mira las cosas más de cerca, o al menos desde otro ángulo, desde su nuevo cargo de enviado especial de las Naciones Unidas al mísero Haití devastado por el reciente terremoto, acaba de hacer una insólita confesión de parte. Hablando ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado dijo que la importación de alimentos norteamericanos baratos, promovida por la "liberación comercial" impulsada por él cuando ocupaba su cargo anterior, "fue muy buena para mis granjeros de Arkansas, pero muy mala para Haití". Y contó su experiencia personal en el país destruido: "A diario tuve que vivir en Haití las consecuencias de la pérdida de la capacidad para producir comida" de la agricultura local.
A la confesión de Clinton se suma la explicación de John Holmes, coordinador de ayuda humanitaria de la ONU, según el cual "la combinación de la ayuda alimentaria con las importaciones baratas ha tenido como consecuencia la falta de inversión en el campo haitiano".

Se sabía desde hace varios milenios. Es el famoso aforismo de Confucio: dándole un pescado a un pobre se le alimenta por un día, y en cambio enseñándole a pescar se le alimenta para toda la vida. Pero dentro de la inversión de valores propia del imperialismo capitalista se ha decidido que es mejor dar pescado: se gana un cliente para toda la vida. Y es por eso que tanto Estados Unidos como la Unión Europea siguen empeñados en imponer a los países pobres sus llamados "tratados de libre comercio", que equiparan a las industrias agropecuarias subvencionadas de los ricos con los mercados desprotegidos de los pobres. Los países desarrollados, que evolucionaron al amparo del proteccionismo, quieren persuadir a los subdesarrollados de que la única forma de crecer es renunciando al proteccionismo. Con el resultado –que acaba de descubrir sorprendido Bill Clinton– de que no lo hacen nunca.
Claro que, dado el grado de agotamiento de las reservas piscícolas de los océanos provocado por la sobreexplotación de las flotas pesqueras de los países ricos, empieza a ser un poco tarde para que los pobres empiecen a aprender a pescar. Sería bueno que las Naciones Unidas designaran al ex presidente Bill Clinton como su enviado especial a la mísera y devastada Somalia. Descubriría allá, con sorpresa, por qué los pescadores somalíes han dado últimamente en la flor de dedicarse a la piratería.

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