¿Qué ha pasado?

El candidato de Unidas Podemos a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Pablo Iglesias, a las puertas del Colegio público La Navata de la localidad madrileña de Galapagar.- EFE/J.J. Guillén
El candidato de Unidas Podemos a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Pablo Iglesias, a las puertas del Colegio público La Navata de la localidad madrileña de Galapagar.- EFE/J.J. Guillén

Mucho se escribirá estos días sobre la figura de Pablo Iglesias, estamos tan poco acostumbradas a que alguien sepa retirarse y dimita que cuando pasa, tendemos a hacer hagiografías como si hubiera muerto. Si encima dimite tras la victoria aplastante de una persona (que ya no un partido) con un discurso de un niño de cinco años educado de aquella manera, las pasiones y la ira se recrudecen. Así que no entraré hoy en hablar de las pírricas consecuciones políticas del partido al que voté, ni de la decepción que sentimos una parte de su electorado por diversos y muy legítimos temas.

La reflexión que quiero hoy no va de echar más leña, pero tampoco de quitarla. Vivimos un momento preocupante, en el que el 15-M está tan olvidado, la lucha en la calle tan desactivada, que en la izquierda hemos vuelto a incluir al PSOE como parte del llamado "bloque de izquierda". Atrás quedaron los "PSOE y PP, misma mierda es" que no era solo una frase sino un hartazgo: millones de personas querían acabar con el bipartidismo y la muestra fueron los 69 escaños que consiguió aglutinar el discurso del Podemos de 2015.

La campaña mediática contra Podemos y más tarde contra Unidas Podemos es un hecho, pero no es nueva, era especialmente violenta ya cuando aquellos 69 escaños. Y aun así, fueron 69 escaños. El descenso de la formación política no solo puede achacarse a eso y todas lo sabemos. Absorber a Izquierda Unida para evitar su desaparición, en mi opinión, fue el principio del fin. Desactivada la lucha en la calle, las protestas, puestas todas las fuerzas y energías en un partido político y yéndonos a dormir porque ya estaba todo solucionado, fue nuestro error desde el principio: tanto de sus votantes como de la formación, que empezó a aislarse, a no consentir críticas, a percibir a sus propias votantes desencantadas por su decisiones como si fuéramos OK Diario. Se acabó el talante, el animar a los movimientos sociales a presionarlos ("nosotros necesitamos que nos presionéis") y seguir reclamando lo que nos pertenece.

Ha quedado todo atrás menos la lucha feminista, que es la que sigue en la calle, en asociaciones, en asambleas, en colectivos por todo el país, en marchas multitudinarias, en activismo incansable en redes y fuera de ellas. El feminismo es la única lucha que no se ha desactivado, y por algún motivo, es donde Unidas Podemos ha decidido ir a meter el dedo en la llaga, además de no atajar las problemáticas más acuciantes que afectan a la vida de las mujeres.

Una también se cansa de escuchar aquello de "es que no están solos en el poder, está el PSOE" y sucedáneos. El PSOE como excusa para todo lo que no han hecho. También ahí ha habido una evolución muy triste para la izquierda, del "no pactaremos nunca con el PSOE" a "por favor, pacten con nosotros". Vuelta de nuevo a que, en el imaginario colectivo, un partido como el PSOE se considere de nuevo tan de izquierdas como el que más. Ya el PSOE no era "la misma mierda" que el PP, eran antagónicos. Vestir al PSOE como "izquierda pero menos izquierda que nosotros" es de las peores cosas que nos ha pasado, porque los votos de esos 69 escaños habían desplazado al PSOE al centro, un poquito más cerca de donde corresponden verdaderamente. Tras la desactivación de la lucha en la calle, del trasvase de nuestras energías y fuerzas a una formación política, y de la vuelta a llamar izquierda al PSOE, la debacle no era ninguna sorpresa.

Si hacemos zoom out, la decisión de no pactar con el PSOE era complicada: había irrumpido Vox en el panorama político como una fuerza política más, normalizada y alzada por supuesto por nuestros medios de comunicación, precisamente los mismos que nunca pararon la maquinaria de demonizar a Podemos/Unidas Podemos. Pero si pactar era hacer más bueno al PSOE, si pactar era a costa de terminar de desgastar la formación, si pactar era el fin del partido... ¿de qué nos sirve eso mañana contra Vox?

Vox ya está en muchos gobiernos, y combatirlos jamás será efectivo desde una izquierda segundona que ruega por carteras y ministerios para ver si hay algo que se pueda hacer mientras pone todo su empeño en separar al único movimiento vivo y masivo de la sociedad: el feminismo.

El fascismo no se para con una izquierda cada vez más tibia y resignada a resquicios de poder, ni con la socialdemocracia del PSOE, ni por supuesto con un pacto de ambas. Pero es que esa fórmula no sirve ni para parar al fascismo ni para hacerse con el voto de la mayoría. Y esto lo saben perfectamente en Unidas Podemos, porque en su haber tienen todo tipo de discursos que no dejan lugar a dudas de ello. Al fascismo se le combate desde la calle, a los gobiernos se los presiona desde la calle.

De nada vale lamentarse porque una señora sin programa político, que solo incluyó en la publicidad electoral un papel con su cara y la palabra "libertad", haya arrasado. Hay que preguntarse por qué y hay que volver a los inicios, a la fuerza en la calle, a las movilizaciones, a organizarnos. Y sobre todo, a no dejar entrar en nuestras luchas discursos neoliberales o tibios o basados en la concepción de democracia de los grandes medios. Porque si algo hace más daño a la democracia que Vox es La Ser diciendo que darles todo tipo de altavoces para escuchar qué tienen que decir, como si no lo supiéramos ya, es la verdadera democracia.

En definitiva, creo que debemos tener memoria, reorganizarnos de nuevo de abajo, presionar y concienciar, no caer en el derrotismo y nunca volver a creer que podemos parar de luchar solo porque un partido de izquierdas, por muy de izquierdas que llegue a ser, toque poder. La lucha en la calle nunca debe parar, ni nosotras debemos nunca dejar en sus manos, sean las que sean, la defensa y consecución de nuestros derechos. Porque los derechos de los de abajo son como los de las mujeres: nunca están consolidados, y son los primeros que peligran en una crisis de cualquier tipo.

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