Abolir la masculinidad

Imagen de ErikaWittlieb en Pixabay
Imagen de ErikaWittlieb en Pixabay

Reportan una nueva agresión sexual especialmente violenta en Barcelona, una agresión que recuerda a la sufrida por la chica de Igualada. Los medios aún no se atreven a decir que fue una violación grupal, pero en nuestro imaginario "brutal agresión sexual" conlleva que son varios autores, no uno solo. Como si un solo hombre no pudiera hacer algo así, como si hicieran falta varios para agredir hasta desfigurar o matar a una mujer.

Quizás nos hacemos esa composición mental porque sabemos cómo funcionan los hombres. Cómo se crecen ante otros hombres. Cómo es peor reírse de un hombre que está siendo observado por otros hombres que de un hombre al que no mira nadie. Cómo intentan demostrar los unos delante de los otros que no hay duda de su hombría, de su predisposición a la violencia, de su capacidad de hacer daño si algo se posa en su masculinidad de cristal.

La masculinidad, esa construcción social inútil, peligrosa y violenta que solo los humanos podrían inventar para luego decir que es biológico (por suerte el reino animal no es contagiable en cuanto al género se refiere), incide de pleno en las agresiones sexuales grupales. No son pocos los casos en los que se han reportado que ha habido jóvenes, e incluso chicos menores, que han terminado participando en una agresión por la presión del resto de violadores. Que a uno le pongan en entredicho la masculinidad puede ser decisivo para que acabe actuando como el grupo quiere que actúe. Y es que la masculinidad nunca está del todo probada, hay que renovar la credibilidad del grupo cada día en general y en cada encrucijada en particular.

Pero la masculinidad no solo influye en los que no quieren pero acaban haciéndolo. Influye también, y de un modo particularmente violento, en aquellos que ya tienen deshumanizada a la víctima. Aquellos que, al mirar a una chica inconsciente, no ven un ser humano vulnerable, sino un objeto que ni siente ni padece si es pisoteado, reventado, mutilado. A este tipo de hombres -cuya visión de las mujeres es que fueron hechas ad hoc para servirles a ellos- la presencia del grupo les hace tomar el liderazgo y servir de ejemplo de cómo hay que tratar a la otredad. Especialmente cuando la otredad es una mujer, al final, si no hubiera mujeres, ellos no tendrían cómo medirse la hombría. Y en ese ponerse de ejemplo, en ese hacer de padre/maestro, uno está más pendiente del grupo de hombres (una vez más) que de sí mismo. Porque violar y agredir no va de satisfacer una necesidad. No va de placer. Violar va de poder. Dejar a una chica inconsciente para luego agredirla nada tiene que ver con el sexo. De la misma forma que el porno y el sexo no tienen nada que ver.

El violador del caso de Igualada había estado horas antes destrozando retrovisores con su grupo de amigos. No es casualidad, destrozar, romper, ser violento, todo eso está siempre unido al género. Al masculino, por supuesto. ¿Han visto alguna vez alguna mujer pateando retrovisores? Es enseñado, todo es cultural. La biología no justifica ni nunca justificará la violencia que ejercen los hombres contra las mujeres. La biología nunca explicará por qué los hombres deshumanizan a las mujeres. No hay un gen, no hay una hormona, no busque más. El género es una construcción sociocultural. Algo a abolir.

Todo es enseñado, y en esa enseñanza tiene un papel vital la pornografía. Esta industria multimillonaria, que sigue haciendo creer a la sociedad que lo que muestra es ficción (como si las mujeres agredidas, magulladas y humilladas en esos contenidos estuvieran hechas con efectos especiales), es quien educa a los chicos (en 2022 la edad ya del primer acceso al porno en los niños era de 8 añitos). El porno los enseña a deshumanizar a las del sexo contrario, a verlas como objetos que no sienten como ellos son capaces de sentir. Gente diferente, en definitiva, que no tiene la capacidad compleja de sentir, pensar y entender, de reflexionar y amar. Objetos, vaya. Las niñas y mujeres somos objetos que podemos movernos por el mundo de forma autónoma y estamos muy lejos de ser hombres, que son los verdaderos capacitados para disfrutar, dominar, vivir, evadirse, romper, someter, odiar... Son los que de verdad entienden el mundo, los que saben. Incluso saben mejor que nosotras qué somos capaces de sentir y pensar.

Y si el porno es la educación recibida, las agresiones sexuales y la explotación sexual de las mujeres prostituidas son las consecuencias de esa educación. Las agresiones sexuales a mujeres no van a dejar de ocurrir nunca mientras el porno sea visto como ocio, como inocuo, como simple ficción. Las violaciones nunca van a dejar de ocurrir mientras la masculinidad no sea abolida y las enseñanzas sean las que son. Los hombres, en general, seguirán siendo violentos y seguirán llenando las cárceles mientras las sociedades no estén diseñadas con perspectiva feminista. Todas las víctimas que ha habido, todas las víctimas que hay y todas las víctimas que habrá, son el precio que pagan las mismas de siempre por un mundo hecho por y para el género opresor.

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