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Los demonios del sabio

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO

* Profesor de Investigación del CSIC

Para alguna gente, enfatizar cualquier pequeña duda o contradicción de otra persona es hacerla de menos. A mi entender, sin embargo, las debilidades de los grandes personajes les hacen más humanos, los acercan a nosotros. Es más fácil la empatía y, a partir de ella, la admiración y el aprecio con un sabio imperfecto que con un androide incapaz de equivocarse.

Por lo que contó y escribió a algunos amigos, sin apenas sumarle imaginación, podemos recrear las ideas que, a toda velocidad, pasaron por la mente de Darwin tras recibir la carta de Wallace en la que incluía el manuscrito con sus ideas sobre la evolución por selección natural. Primero debió de ser estupefacción e incredulidad, la sensación de que aquello no estaba ocurriendo. ¡Sus mismas ideas, sus mismas palabras, escritas por otro a decenas de miles de millas! Luego, contra toda racionalidad, debió pensar que sus esbozos habían llegado a manos de Wallace, pero ¿cómo?, ¿alguna de las tres o cuatro personas de su confianza lo había traicionado? ¡Era absurdo pensarlo! Tal vez pasaron por su cabeza malas ocurrencias, como destruir el manuscrito o ignorar que hubiera llegado, porque, a la postre, su desconcierto inicial se tornó en agresividad contra sí mismo. Se sintió irritado, torpe (hasta pensó que, inadvertidamente, tal vez había dado a Wallace las claves en alguna carta), y llegó a escribir que era "miserable" por su parte preocuparse de los perjuicios que el hallazgo de otro pudiera reportarle.

Lo cierto era, sin embargo, que aquel texto generaba un serio conflicto entre su aspiración al reconocimiento científico, que perseguía discreta pero tenazmente desde hacía tiempo, y su educación y nobleza de sentimientos. Por bien hecho que esté un experimento, y por buenos que sean sus resultados, en ciencia no existen hasta que no se publican. La originalidad no reside, por tanto, en conocer primero, sino en publicar antes. Es lo que se llama criterio de prioridad. Por eso Darwin, abrumado, escribía a su amigo Lyell: "Toda mi originalidad va a quedar arruinada". Al tiempo, se resistía a admitir la ausencia de salidas, y en otra carta, una semana después, aseguraba: "Me alegraría publicar ahora mismo un esbozo de mis opiniones (...) pero no consigo persuadirme de que puedo hacerlo de manera honorable". Además, para su educación victoriana tan importante era actuar bien como parecerlo a los demás, de forma que añadía: "Quemaría mi libro antes de que Wallace o cualquier otro pudieran pensar que me he comportado indignamente".

En aquellos días de hace 150 años, liberados por una vez de las ataduras racionales, mil demonios enrabietados combatían en la soledad de la genial cabeza de Charles Darwin.

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