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El buen homeópata

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de física atómica molecular y nuclear de la Universidad de Sevilla

Poco después de la Revolución Francesa, época de sangrados, sanguijuelas y purgas como tratamientos para casi todo mal, el alemán Samuel Hahnemann inventó la homeopatía. El inquieto judío trataba de entender por qué la quinina aliviaba la malaria. Probó un poco de la medicina y, vete a saber por qué, sintió frío y fiebre. Seguramente, se agobió, pero aquellos eran los síntomas típicos de la malaria.

Con ese simple experimento retomó un viejo principio de la medicina: similia similibus curantur, lo similar cura lo similar, o sea, que las sustancias que producen un conjunto de síntomas en una persona sana pueden curar esos síntomas en una enferma. El plan que trazó el sagaz médico era claro: probar sustancias naturales para descubrir los síntomas que producían y averiguar así lo que podían curar. Pero una cosa es ser curioso y otra intrépido, porque muchos productos naturales son tóxicos y aquellas probatinas se lo podían llevar al otro barrio. Así que se decidió por la disolución, o sea, echaba la hierba o el mineral que fuera en agua en una proporción de uno a diez, agitaba vigorosamente y de nuevo disolvía en proporción uno a diez. Cuente el lector que esto significa ya una parte de la medicina en cien de agua. Y tres, y cuatro... y treinta veces, lo que implica una parte en mil, en diez mil... en ¡un quintillón! Esto se expresa hoy día en las etiquetas de los preparados homeopáticos como 3X, 4X... 30X.

Cada vez, Hahnemann descubría alborozado que los efectos secundarios iban desapareciendo, hasta llegar a dar fundamento al chiste de hoy día: un paciente suyo murió de sobredosis el día que bebió agua fresca en lugar de su medicina. Piense el lector que si una molécula tuviera el tamaño de una perla, las de agua que hay en un vaso formarían una cordillera del porte del Himalaya que cubriría Europa desde Algeciras hasta los Urales. Casi nada. Para ingerir una simple molécula de medicina homeopática de un preparado 30X habría que tragar treinta mil litros del mismo.

Como hoy día esto no se sostiene, los homeópatas han inventado un tercer principio: el de la memoria del agua. Aunque las moléculas de medicina desaparezcan del todo tras las disoluciones, el agua se acuerda de que han estado en su seno. Se supone que recordará también las sales que acogió cuando formaba parte del mar, la contaminación del aire cuando flotaba en las nubes, los minerales cuando fluyó con el río...

Antes, entre un siniestro doctor que se te acercaba con un frasco de sanguijuelas y un amable tipo que te daba una bolita de azúcar humedecida con agua, no había color, pero que se sigan llenando las consultas de homeópatas hoy día para pagar y arriesgarse por el lujo del placebo es raro, ¿no?

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