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Advertencias y predicciones

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO

Cuando un padre ruega a su hijo adolescente que tenga cuidado con lo que hace y, sobre todo, con cómo lo hace, porque pudiera contraer el sida, no está ejerciendo ante él de profeta de desventuras, sino advirtiéndole de un peligro en forma prudente, cariñosa y, seguramente, imprescindible. En los asuntos ambientales se confunden a menudo las bienintencionadas advertencias con las oscuras predicciones. Hablando, una vez más, del cambio climático, en las últimas semanas se ha repetido hasta la saciedad que no está mal preocuparse del problema, pero que deberían evitarse las lúgubres previsiones, las visiones catastrofistas, los mensajes apocalípticos... ¿Acaso es apocalíptico aleccionar a una quinceañera sobre los riesgos del sexo sin precauciones? Lo sería, por supuesto, y además de apocalíptico, lúgubre y catastrófico, que llegara a enfermar, pero la advertencia trata, precisamente, de evitarlo.

Al exhortar a cambiar nuestro modelo de desarrollo, porque es insostenible, los científicos ambientales tratan de rehuir el temido colapso, están deseando que no llegue nunca. Por eso es tramposo contraatacarles argumentando que tal o cual advertencia se quedó en nada, sin tener en cuenta las medidas tomadas para evitar que se hiciera realidad. Estos días ha ocurrido con la debilidad de la capa de ozono. Retador, convencido de sus razones, un participante en una tertulia radiofónica preguntaba al mundo: "A ver, ¿dónde está el agujero de ozono?, ¿acaso no nos íbamos a achicharrar todos? ¡Pamplinas!". El tertuliano confundía de forma grave las advertencias de los científicos con predicciones, y al hacerlo, generaba confusión, de paso, a sus oyentes. A mediados de la década de 1980 los investigadores advirtieron de la extrema gravedad de la radiación ultravioleta si el ozono estratosférico seguía destruyéndose y, conscientes de ello, los países más desarrollados del mundo firmaron ya en 1987 el Protocolo de Montreal, que en poco tiempo fue corregido al alza, para limitar o evitar el uso de gases de cloro. Las normativas se aplicaron y, en líneas generales, se cumplieron, de manera que hoy el problema parece controlado.

Pero, de no haber hecho nada, claro que nos habríamos quemado. Que se lo pregunten, si no, a los pacientes de cáncer de piel del sur de Chile, donde esta enfermedad aumentó a finales del siglo XX más que en ningún otro lugar del mundo. Los científicos generan modelos predictivos sobre la dinámica social, pese a su complejidad, pero las salidas de esos modelos deben introducirse de nuevo como datos, pues nos enseñan y, en virtud de ellos, modificamos nuestros comportamientos. Ese bucle, que incluye la capacidad humana de reaccionar e innovar, no puede modelarse. El deterioro ambiental es muy serio, pero lo que haya de ocurrir depende de nosotros, está en nuestras manos.

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