La ciencia es la única noticia

Las aulas desiertas

EL ELECTRÓN LIBRE// MANUEL LOZANO LEYVA

Veníamos de una tradición humanística (eufemismo utilizado para justificar un desprecio por la ciencia) y la democracia configuró, en poco más de dos décadas, una organización de la investigación y una comunidad científica. Ambas están aún en su adolescencia, pero con una salud que para su tamaño y presupuestos da resultados asombrosamente buenos. En casi todas las facultades de ciencias hay grupos y laboratorios de nivel internacional. Con toda lógica, aunque en ocasiones de manera disparatada, esos centros se inundaron de estudiantes. Los licenciados y doctores egresados, al principio a trancas y barrancas, encontraban trabajo rápida y satisfactoriamente. De repente, en apenas un lustro, esto ha cambiado, quedándonos los profesores cada vez más perplejos.

Somos muchos los que nos podemos considerar bien formados, tenemos buenos salarios y mejores equipamientos, nuestras relaciones con los alumnos mejoran curso a curso, nos afanamos por optimizar nuestros métodos pedagógicos y... cada vez tenemos menos estudiantes. Aún más, vemos cómo la mayoría de los pocos que nos llegan sufren lo indecible para obtener la licenciatura. Por otro lado, la carrera del científico es larga y ardua, pero como el entorno laboral se ha degradado, resulta que se ha hecho envidiable. Una beca de investigación pasa de los mil euros mensuales durante cuatro años, a lo largo de los cuales se puede (y debe) viajar a menudo. Tras el doctorado, es fácil obtener un contrato postdoctoral para ir a un buen centro extranjero. Y después se ofrece un digno contrato laboral de retorno que permite vislumbrar una plaza de funcionario. Esto ha pasado de ser un calvario a un privilegio... que cada vez menos aprovechan. ¿Qué diablos está pasando?

El diagnóstico y tratamiento los dieron hace años los profesores de secundaria: las Matemáticas, la Física y la Química son materias optativas o testimoniales, y no pueden seguir siéndolo. Sólo ellos lo vieron obvio, porque nadie con poder les hizo caso. Afortunada e insólitamente, el Gobierno actual sí, y, por lo pronto, va a introducir en uno de los dos cursos de bachiller setenta horas de algo llamado Ciencias para el mundo contemporáneo. No es mucho, pero menospreciarlo es mezquino. Si esta medida se ve complementada con una intensificación de las materias formativas anteriores (la nueva parece ser más bien divulgativa), puede que vuelvan a repoblarse las aulas universitarias de las facultades de ciencia. Las consecuencias de minusvalorar la importancia de la ciencia y la tecnología para el país también son fáciles de vislumbrar: como nos falle el ladrillo, el turismo y cuatro sectores productivos tradicionales más, nos vamos al garete. Aunque siempre podremos hacer como Estados Unidos: poblar los laboratorios con científicos extranjeros.

* Catedrático de Física Atómica Molecular y Nuclear , Universidad de Sevilla

Más Noticias