Bajo el puente

'Bajo puentes'. Foto: Rubén Acevedo / CC BY-NC 2.0
'Bajo puentes'. Foto: Rubén Acevedo / CC BY-NC 2.0

Pilar Lucía López (@PilarLucia7)

Naima ha llegado puntual a la cita con la periodista. Está un poco nerviosa y casi arrepentida de haber dicho que sí. Esa curiosidad que lleva dentro desde niña la lleva a la plaza donde ha quedado a las siete en punto.

Aprieta las manos los bolsillos de su chándal negro con capucha blanca porque el aire es frío y lleva poca ropa encima. Tiene la piel oscura de la gente del sur y unos ojos grandes levemente caídos hacia los lados, subrayados de khol. Lleva el pelo rapado por las sienes y una cresta peinada hacia atrás le despeja una frente ancha. De lejos nadie distinguiría si es chica o chico. Juega con ello, le divierte, le da cierto poder de camuflaje. Da la mano con un saludo firme a la entrevistadora.

La periodista le propone dar una vuelta por la ciudad y le pide permiso para grabar la conversación. Naima encoge los hombros sin sacar las manos de la sudadera y echa a andar en paralelo con ella.

-Sí, mejor lejos de aquí. Lejos del centro. Me da mal rollo- comenta señalando el edificio de La Purísima. -Pues vine aquí después de dar mil vueltas a mi cabeza- dice tocando su frente con el dedo índice de su mano izquierda. -¿Y qué iba a hacer, eh? Yo quería un lugar para poder estudiar como mi hermana. Y ser yo misma- vuelve a señalar su cuerpo con el dedo, esta vez en el pecho.

-¿Qué quieres decir con eso?- pregunta la reportera parada en el paseo.

Naima también se para y la mira frunciendo el ceño, casi molesta porque no ha entendido. Ahora habla con las manos de frente explicando sus motivos.

-Pues eso, ser tu misma sin que nadie te moleste por tu forma de ser o lo que hagas o dejes de hacer. Ser como tú, una mujer libre con su trabajo y eso. Sin depender de nadie.

-Ya, sí, lo entiendo. Para eso querías estudiar, ¿no?

-Claro, vivía en un pueblo a treinta kilómetros de Casablanca. Y me decidí yo sola. En el camino todos creyeron que yo era un chico. Eso me salvó de muchos problemas. Vine con 16 años, sin dinero, sin estudios y sin conocer su lengua. No entendía nada y me mosqueaba por cualquier cosa. Había muchos malentendidos. Las  otras chicas se burlaban de mí a veces. Yo no quería problemas porque me lo advirtieron nada más llegar: si los tienes, te echan del centro, me dijo una chica.

-Entonces, al principio, ¿fue duro estar allí?

-Bueno, sí, yo sabía que no podía quejarme de nada a nadie. Había llegado por mi voluntad. Me sentía muy sola, pero me hice fuerte a la fuerza. Cuando empecé a adaptarme y hacer amigas, vinieron otras muchas y hubo más problemas. Robos y broncas, cosas de esas. Las educadoras se quejaban porque éramos demasiadas y no había sitio para todas. Algunas tenían que dormir en tiendas, porque no había camas. Había que hacer hueco de alguna manera y me tocó a mí.

- ¿Y qué pasó entonces?

- Pues que llegaron los de las pruebas y decidieron que yo tenía 18 años así de repente. No me avisaron ni para qué me hacían las pruebas. Unos días más tarde me echaron a la calle. Llevaba una copia del libro de familia donde estaba mi fecha de nacimiento. Yo tenía sólo 17. Ellos no me creyeron.

Naima ha cambiado la voz y mira a lo lejos hacia el puerto. Cambia de rumbo y le dice a la periodista la dirección que quiere tomar con un gesto. Esta le sigue los pasos y comprueba el piloto rojo de su grabadora. Un silencio largo cruza entre las dos mujeres. Se alza como una barrera y luego desciende cuando la joven se sienta en un banco de piedra y enciende un cigarrillo. Habla seguido, como si recordara en voz alta, mientras se concentra en el humo que expira.

-A partir de ahí todo fueron problemas. Me tiraron a la calle. Me expulsaron del centro y pasé a ser nadie. Sin papeles, sin nada. Tuve que vivir bajo un puente varios días, casi una semana. Menos mal que tengo dos amigos que me protegían y me llevaban algo de comida. Siempre me he llevado mejor con los chicos. Me gustaría tener la libertad que ellos tienen. Por eso me marché de casa. Yo no aguanto las jaulas- dice con una sonrisa ladeada.

-Eres muy valiente, Naima – comenta la reportera y la mira de frente. -Hay pocas chicas que emigren solas... ¿Qué fue lo que más te impulsó a salir de allí?

Se queda pensativa y da una calada a su cigarrillo. Luego mira de frente a la periodista. Las palabras le salen en cascada.

-¿Y tú qué harías en mi lugar? Ponerte el velo, casarte con un tío casi como mi padre, que te haga lo que le la gana. Arruinarte la vida para siempre. Otras lo hacen, sí, yo antes me mataría. Te lo juro-, explica Naima y se lleva la mano derecha al corazón como si lo jurase para sí misma. -Mi padre ya lo había decidido hacía tiempo. Ese hombre me daba asco solo con verlo. Me miraba como si estuviera desnuda, ¿entiendes?

La periodista ha dejado de grabar. Le toma la mano que ha dejado suelta y la aprieta despacio. Ahora entiende lo que quería decir Naima cuando empezó la entrevista.

-Vine aquí para poder ser yo misma.