De Kabul a Andalucía, una historia real

Refugiados afganos llegan a la Base Naval de Rota. -María José López / Europa Press
Refugiados afganos llegan a la Base Naval de Rota. -María José López / Europa Press

Nota de la autora: Esta es una entrevista realizada a una chica afgana refugiada en una de las plazas de protección internacional de Andalucía Acoge. El nombre de la entrevistada se publica bajo pseudónimo para preservar su identidad y seguridad. Todos los hechos son reales.

Hace un año, Dokht, joven afgana universitaria de 21 años, estaba trabajando en su oficina cuando vio decenas de llamadas y WhatsApps de su familia en la pantalla de su móvil: "Vuelve a casa cuanto antes, los talibanes están entrando en Kabul". Miró por la ventana y todo parecía normal, hasta que empezaron a oír los disparos. En ese instante su vida cambió por completo.

Desde pequeña, Dokht siempre ha deseado estudiar. Por suerte, nació en el seno de una familia afgana progresista y tanto ella como sus hermanas tuvieron el apoyo para hacerlo. Empezó la carrera de medicina pero, pese a sus buenas notas, en el segundo año se dio cuenta de que lo que de verdad la apasionaba era la política internacional y la diplomacia. Con 17 años recibió una beca de Estados Unidos para un programa de liderazgo de mujeres y fue la más joven de las treinta personas seleccionadas en Afganistán por la embajada americana para formarse a distancia en enseñanza del inglés con una universidad americana. Justo antes de la invasión de los talibanes en Afganistán estudiaba la carrera de Política Internacional en Kabul, colaboraba con una ONG en defensa de los derechos de las mujeres y acababa de recibir una carta de admisión en una Universidad de la India. Pero todos sus sueños se truncaron un 15 de agosto. 

En un perfecto inglés y sentadas en el salón soleado del que es su nuevo hogar en España, Dokht me cuenta el relato de lo que vivió aquellos días.

Antes de la invasión

Yo vivía con mi familia, es lo tradicional en Afganistán. Incluso cuando cumplen los 18, las chicas siguen viviendo con sus padres hasta que se casan y van a vivir a la casa del marido.

Cuando me dieron las becas mi padre me consiguió wifi, un iPad y preparó todo para que yo pudiera estudiar. Estudiaba en la universidad en el horario nocturno y durante el día trabajaba enseñando inglés en una organización social ayudando a personas en exclusión. Hasta que en marzo de 2021 me contrataron en un programa educacional que mandaba estudiantes al extranjero. En la oficina había banderas de cada país y esto me encantaba: la diplomacia, relacionarme con diferentes países... Así que durante el día trabajaba como responsable de administración y por la noche estudiaba.

Estábamos organizando un evento en el que casi 500 personas de todo el mundo iban a venir a Afganistán a recibir una formación de tres días. Gestionábamos el alojamiento en hoteles, inscripciones, visados... Nos sentíamos felices y nerviosas por organizarlo. Estábamos casi ahí, casi... cuando pasó todo.

El riesgo de defender los derechos de las mujeres en Afganistán 

Trabajaba de manera voluntaria con la asociación Girl Up Afganistan. Daba charlas sobre educación, construcción de paz, empoderamiento de la mujer... Era un espacio donde muchas chicas se sentían libres de decir lo que pensaban por primera vez. Porque en los últimos años habíamos avanzado, pero antes en Afganistán a las mujeres no se las trataba como a seres humanos. En la mayoría de provincias de Afganistán las mujeres no están autorizadas a estudiar, ni a salir de casa sin el permiso de su padre o su hermano, incluso para ir a casa de su abuela tienen que ir acompañadas por un hermano, nunca solas. Tienes que cubrir todo tu cuerpo con algo parecido al burka que es de color azul. ¿Sabes cómo se siente alguien dentro de eso? Te sientes invisible, no puedes respirar bien. Nosotras no teníamos que usarlo porque vivíamos en la capital. Mi familia nos permitía estudiar, pero allí si eres una chica y un hombre te ve yendo al colegio te puede atacar, hablarán mal de ti, de tu familia... Da mucho miedo. Yo tuve mucho apoyo por parte de mi familia pero sufrí rechazo por parte de la sociedad. 

Al menos puedo decir que nos encontrábamos en un punto en el que estábamos empezando a sanar o a gestionar lo que nuestras mujeres, madres y abuelas habían sufrido durante años. A través de los programas de formación y concienciación sobre sus derechos les estábamos transmitiendo a las chicas: tienes derecho a estudiar, tienes derecho a salir, tienes derecho a comprar la ropa que tú elijas, tienes derecho a comer lo que te apetezca... En algunas zonas rurales de Afganistán incluso no les permitían sentarse en la misma mesa que los hombres, primero comían ellos y después ellas. Estábamos a punto de llegar con nuestra sensibilización incluso a esas zonas. Mi familia me decía que era peligroso ir a estos lugares, pero yo les contestaba que si servía para que las mujeres conocieran sus derechos y aumentaran sus conocimientos en mi país, estaba bien para mí asumir ese riesgo. 

La vida cambia en un instante

Era el 15 de agosto. Yo estaba trabajando con normalidad en mi oficina, estábamos haciendo una reunión con mi jefe conectado online desde Alemania. Eran las 10:00, ese día tenía previsto salir de trabajar a las 16:00, reunión a las 17:00 y a las 21:00 tenía que estar en la Universidad para hacer un examen.

Estaba en la oficina con el móvil en silencio y vi algunas llamadas perdidas de mi madre. Esos días yo no me encontraba bien y mi madre me había estado llamando para preguntarme qué tal estaba, si había tomado mis medicinas... así que supuse que me llamaba por eso. Pensé: "la llamaré en cuanto termine la reunión". Poco después vi diez llamadas más de mi hermana, así que me disculpé para llamar por teléfono. Mi madre me preguntó si era posible que saliera de mi oficina y regresara a casa.

- Estoy en medio de una reunión con mi jefe, con estudiantes a punto de ir a Alemania para los que tenemos que preparar documentación, no puedo irme ahora.

Justo después mi padre: 

- ¿Dónde estás? Sal de la oficina, coge un taxi directamente a casa.

- ¿Pero qué pasa?

- Los talibanes están a punto de entrar en Kabul. 

En aquellos días habían entrado en algunas provincias, pero no esperábamos que entraran en la capital, con nuestra presidencia allí, las fuerzas aéreas... 

- ¿Estás seguro?

- Sí, intenta llegar a casa, es todo lo que te pido. Deja lo que estés haciendo, coge tus cosas y márchate. Mantén tu móvil encendido para que podamos contactar contigo. 

Mi jefe decía que nos calmáramos, que el ejército no iba a permitir que los talibanes entraran en la capital. Si mirabas por las ventanas, fuera todo parecía normal. Pero mi padre insistía, cada vez más tenso. Le habló a mi jefe a través del manos libres del teléfono: "si algo le pasa a mi hija... ¿puedes garantizarme su seguridad? Tú estás a salvo en Alemania, ellas están allí..." Casi todas en mi oficina éramos mujeres. Finalmente, mi jefe dijo que mis compañeras y yo podíamos llevarnos el portátil y trabajar desde casa. 

Mientras recogíamos nuestras cosas empezamos a escuchar disparos. Todo empezó: estaban entrando.

Empezamos a ver tanques con francotiradores, policías por todas partes, las sirenas sonando sin parar. Estábamos nerviosas y teníamos miedo. Mi jefe seguía hablándonos desde la pantalla: "no me voy a desconectar, estoy con vosotras, coged vuestras cosas, especialmente vuestra documentación, coged todas el mismo taxi y decidle al conductor que pagaremos lo que haga falta pero que acompañe a cada una de vosotras hasta la puerta de casa". 

Mis hermanas y yo solíamos contar con un chófer de confianza, pero lo llamé y estaba atascado en el tráfico. Todas las oficinas de los ministerios se estaban vaciando en mitad del día, todo el mundo intentaba llegar a sus casas a toda prisa y los coches se amontonaban intentando salir. Finalmente, mi chófer llegó y mis compañeras y yo, portátil en mano, subimos al coche y aseguramos las puertas. Eran las 10:30 de la mañana. 

Seis horas más tarde seguíamos en el coche, atrapadas en el tráfico. Durante todo ese tiempo sólo podíamos pensar que los talibanes nos alcanzarían por la derecha, por la izquierda, desde atrás... éramos todas chicas en el coche, llevábamos pantalones, camisetas y nuestro velo normal, pero los talibanes no aceptan esto. Estábamos muy nerviosas intentando cubrir nuestras caras. El coche se movía muy despacio, recorriendo muy poca distancia cada vez. Los disparos no cesaban y mi familia estaba llamándome constantemente. Mis hermanas habían logrado llegar a casa. Pasamos por una comisaría de policía y estaba vacía. Las oficinas, los ministerios, las comisarías... todo estaba cerrado. Mientras iba en el coche escuché en una historia de Facebook que el líder talibán había entrado en la oficina presidencial, lo que significaba que el Gobierno había caído. Un Gobierno que nos había apoyado y con el que íbamos a tener un gran Afganistán en el futuro, y había caído. No estábamos preparados. En ese momento retrocedimos veinte años. Estábamos creciendo y nos cortaron por la mitad. 

Estaba en el coche, sin poder llegar a casa, en medio de una guerra, había disparos... Todo tu ejército te está abandonando, tu propio ejército no puede ayudarte, ellos están huyendo también. Nunca culparé a aquellos que se marcharon. Muchos dicen que nuestro presidente escapó, pero tenía que hacerlo como figura política, porque la primera vez que los talibanes tomaron Afganistán, antes de que yo naciera, apresaron al presidente en su despacho y lo asesinaron en frente de su gente. El cuerpo muerto de un presidente delante de su gente es terrible. Nuestro presidente sabía que esta vez le harían lo mismo a él. Por eso escapó y el ejército dio un paso atrás, para evitar un enfrentamiento en el que muchísima gente que trataba de escapar habría terminado muerta en el suelo.

Mi padre volvió a llamarme: 

- ¿Dónde estás? Han pasado seis horas.

- Papá, todas las salidas están bloqueadas, no vamos a conseguirlo. No puedo bajar del coche porque si voy andando me pueden disparar.

- Quédate en el coche y envíame tu ubicación.

Al rato vi llegar a mi padre sorteando el tráfico subido a una pequeña moto. Salí del coche y me subí con mi portátil a la moto, me agarré a mi padre y metiéndonos entre huecos pequeños entre los coches logramos por fin llegar a casa. Me abrió la puerta mi madre junto a todas mis hermanas 

- Dios mío ¿estás bien? Me has deshecho, no sabía si llegarías con vida. 

Yo también me sentía deshecha. Oí en las noticias que los talibanes estaban quitando la bandera de mi país. Esa bandera estaba en un lugar que podía verse desde cualquier lugar de Kabul, era la bandera más grande de Afganistán. Mi bandera había caído, mi gobierno había caído, y lo que más dolía es que sabía que todo había cambiado. Ya no podría continuar con nada de lo que estaba haciendo, estaría señalada como objetivo. Todo fue cortado delante de mis ojos. Todo a mi alrededor me dolía.

No había comido nada desde por la mañana, mis hermanas me trajeron algunas cosas, pero no podía siquiera tragar. Mi madre me dijo que intentara dormir un poco. Entré en mi habitación, cerré la puerta y lloré todo lo que soy capaz de llorar y más. 

Pesadilla en el aeropuerto y rescate

Los días siguientes los talibanes habían tomado toda Afganistán. No podíamos siquiera asomar nuestras caras por la ventana. Éramos seis mujeres en casa y si se daban cuenta nos dispararían. Continuaba mis trabajos online desde mi portátil, con las puertas y ventanas atrancadas. Un día nuestro vecino llamó a nuestra puerta para avisarnos de que tres talibanes armados habían ido a su casa preguntando por nosotros, pero él les había dicho que no nos conocía. Mi padre nos miró y nos dijo: "coged una prenda de ropa cada uno, ya no estamos a salvo aquí". Nos marchamos a casa de nuestro tío, donde nos ocultamos cinco o seis días. 

Entonces recibí la llamada. Yo había comunicado a Girl Up Afganistán que me encontraba en grave peligro y me dijeron que podían evacuarme. Desde Europa estaban sacando a mujeres marcadas como objetivos en Afganistán. Yo les dije que no me iría sin mis padres y mis hermanas. Me dijeron que de acuerdo, que enviáramos nuestros pasaportes. Dos días después, mientras estábamos almorzando, recibí otra llamada en la que me dijeron: "una sola maleta, venid al aeropuerto ya". 

Lo que vivimos en el aeropuerto fue una pesadilla. Estábamos sentados de noche en la calle, oyendo los disparos. Las personas del Gobierno español que nos iban a ayudar me decían por teléfono: "Sé valiente, mantente valiente, os vamos a sacar. El gobierno español ha dado aprobación y vamos a por vosotros, sólo manteneos a salvo". Fueron más de 24 horas así, sólo comíamos galletas y agua. Yo ni siquiera podía tragar nada por los nervios, me preguntaba: "¿qué va a pasar? ¿qué va a pasarle a mi familia?".

Las personas españolas que nos ayudaban me habían indicado que fuera vestida de dos colores: rojo y amarillo. Eran los colores de la bandera española. Así que yo llevaba un vestido amarillo y un velo rojo. Aún conservo esa ropa porque cuando la miro pienso que me ayudó a llegar hasta aquí. 

Dos noches y un día pasamos en el exterior del aeropuerto. Recibí una llamada diciéndome que mirara el email que había recibido y que estuviéramos en el lugar que me indicaban. No sabíamos cómo llegar hasta allí con tanta multitud, mis primos nos ayudaron escoltándonos, nos movíamos agarrados como un tren entre la gente. Finalmente llegamos a un río y los soldados españoles nos estaban esperando al otro lado. Gritaron mi nombre "¿eres tú?" Mi foto era todo lo que tenían de mí, me preguntaron sobre esa foto. Cuando comprobaron que era yo, dijeron: "ven tú primero". Ellos no podían ser vistos por la multitud, todo el mundo tenía miedo y quería entrar en el aeropuerto, teníamos que cruzar nosotros. ¡Era un río! Además, bastante profundo. Mi tío, que es alto y fuerte, me dijo: "súbete en mi espalda". El agua estaba negra, arrastraba basura y olía mal. Al fondo había rocas grandes y mi tío se sumergió conmigo a hombros. Nos ayudó a cruzar uno a uno. 

Al llegar al otro lado del río los soldados españoles nos dijeron: "estáis a salvo". La forma en la que nos trataron me hizo sentir que íbamos a un lugar bueno, con gente de buen corazón. Los militares suelen ser personas muy estrictas y serias, pero todos los españoles con los que estuvimos eran tan amables... Nos decían: "ahora estáis a salvo, respirad hondo, vamos a entrar". Y eso hicimos, respiramos hondo y entramos en un lugar de seguridad del aeropuerto para revisar maletas y a nosotros, lo cual nos pareció bien. Pasamos tres horas con el ejército español, ellos hablaban con nosotros, contándonos cosas sobre España, dándonos comida, agua y lo que necesitábamos. Nos trataban como si fueran nuestros propios soldados. Habíamos perdido el primer vuelo a España, cogimos el segundo. Dentro del aeropuerto seguíamos sentados en el suelo pero nos sentíamos más a salvo y el ejército español estaba con nosotros, a nuestro alrededor, viendo qué necesitábamos. Mi hermana tenía los ojos muy rojos e irritados y le trajeron un medicamento para eso.

Llegada al nuevo destino: Dolor por el hogar perdido, mil dudas y el deseo de agradecer

El 26 de agosto a las 6:00 AM nuestro vuelo estaba listo. Primero fuimos a Dubái en un avión militar y después de siete horas llegamos a Madrid. Nos revisó la policía, sellaron nuestros pasaportes. Ni siquiera cenamos, prácticamente llevábamos tres días sin dormir y, aunque habíamos comido poco, seguía sin tener hambre. Sólo quería saber dónde estaba mi cama y descansar. Apagué el móvil y me dije: "Basta, ahora estamos a salvo".

Conocí al personal de Andalucía Acoge en aquel campo de refugiados de Madrid, nos entrevistaron y nos contaron a dónde íbamos. Llegamos de madrugada al que sería nuestro nuevo hogar. Las personas de la entidad nos recibieron y explicaron todo. Al principio teníamos miedo de no superar la entrevista con la Policía, de que no nos aceptaran en España, ¿dónde iríamos entonces? ¿qué pasaría? Pensaba en mi hermana pequeña: ¿sufrirá? La entrevista con la Policía fue muy bien. Andalucía Acoge nos ayudó en todo. Aun así me rodeaban mil pensamientos: ¿podrán mis padres aprender español y conseguir trabajos? ¿y mis hermanas? Me sentía rodeada de pensamientos y de mil palabras. 

La psicóloga de Andalucía Acoge me preguntó cómo me sentía cuando llegué. Y yo solo sabía que no sentía nada. Podía sentir dolor, nerviosismo, ansiedad. Pero me veía incapaz de sentir felicidad, y es lo único que quería sentir tan sólo una vez más. Poco a poco empezamos a salir, a ver películas... a tener una vida normal. La vida es buena en España.

Me siento afortunada por cómo gestionó las cosas España. Hay gente que ha pasado mucho tiempo en los campos de refugiados. Mi tío por ejemplo, que fue a América con cinco hijos, el mayor con ocho años y el más pequeño con dos meses, y pasaron dos meses en un campo de refugiados americano. En el campo de Doha había miles de personas y un solo baño, hacían colas enormes para usarlo. Duermes pegado a personas que ni siquiera conoces... 

Y sé lo duro que es para un país acoger a tanta gente, lo sé, estoy estudiando política internacional. Sé que es necesario transmitir que no somos ladrones, que no vamos a dañar el país al que llegamos, ni a su gente, ni al Gobierno... Sé que tienes que hacer todo esto, pero para mi familia... piensa que estábamos a salvo en nuestro hogar, nuestro país, con nuestros trabajos, nuestros estudios, llegando a casa para cenar... y de pronto todo da un giro de 180 grados.

Teníamos que salvarnos, pero nosotros amamos nuestro hogar, le dimos nuestra llave a mi tía. Ni siquiera tuvimos tiempo de coger nuestras cosas ni sacarlas de la casa. Llegamos a España sólo con dos mudas, un par de zapatos y una bolsa. No sabíamos a dónde íbamos.  

Me encantaría volver a ver a esos soldados españoles que nos ayudaron a salir para poder darles las gracias. No recuerdo sus nombres porque fueron momentos de mucho estrés y confusión, pero eran cinco hombres y una mujer. La amabilidad con la que nos trataron en esos momentos tan duros nunca la olvidaré. Cuando llegamos al avión vimos que no subían con nosotros, preguntamos por qué y nos dijeron que tenían que volver a sacar a más gente. Gente que ni siquiera era española sino afganos como nosotros. Gracias España, gracias.

Planes de futuro: Piensa grande, sueña grande

Mi sueño es seguir estudiando política internacional. Cada letra de la palabra diplomacia me hace sentirme feliz. Recuerdo a mis compañeros y compañeras del programa de Naciones Unidas, con sus trajes defendiendo a sus países, se veían tan hermosos. Es como cuando ves a un doctor con su bata blanca. Yo siento esa vocación por la política, por la diplomacia. En Afganistán hay un dicho: "Piensa grande, sueña grande". Nadie va a conseguir sus objetivos al 100%, pero si imaginas mucho menos, recibirás mucho menos. Desde que tenía siete años imaginaba estudiar en la Universidad de Oxford. Pensaba incluso en convertirme en presidenta de Afganistán, pero en nuestra religión una mujer no puede ser presidenta. Entonces yo decía: "bueno, ¡entonces al menos vicepresidenta!" (risas). Mi sueño sería ser ministra de Asuntos Exteriores o embajadora, delegada de Afganistán en las Naciones Unidas o la Unión Europea, y luchar por los derechos de las mujeres, de las jóvenes generaciones. Ese sería mi sueño.