Posibilidad de un nido

En el mundo que merezco se disfruta

El acto José Luis López Vázquez en los Goya. EFE
El acto José Luis López Vázquez en los Goya. EFE

Admitiendo que tenemos una vida en red, no sé, otra vida paralela, y hay quien incluso tiene seis, yo hace algún tiempo que decidí diseñarme el mundo que merezco, dentro de las magras posibilidades que dan esos espacios. Así que dejé de tuiter, entré en Instagram y me creé una pequeña sociedad compuesta por amigas, gentes de las letras, las artes, la música, bibliotecas, activistas felices, museos, librerías, algunas cronistas columnistas y medios de comunicación de mi interés, personas dedicadas al humor inteligente, páginas que recuerdan a mis autores y autoras añoradas.

Pensé que es lo que me merezco, y lo sigo pensando. Por las mañanas, recorro un ratito el lugar y me cruzo con los ingenios de Agustín Fernández Mallo y las fotos sonrientes de Laura Fernández, por ejemplo, con propuestas de películas en plataformas raras, las deliciosas escenas marinas de Gabriela Cabezón Cámara, las ovejas y abejas de Isabella Rosellini, librerías de todo pelaje, nuevas exposiciones, recuerdos de modas antiguas, las mujeres de Flavita Banana, los retratos de Outumuro, un concierto de los noventa o los arroces del Empordà.

Como ha llegado el verano, mis gentes, esas que yo he elegido para mi pequeña sociedad sin agresión, han empezado a mostrar sus cuerpos al sol, los baños de sus hijos e hijas en pequeñas playas con rocas, paseos montañeros, copas de media tarde, bellísimas bibliotecas remotas, horizontes ligeramente cursis y uñitas de los pies pintadas de colores. Salvo alguna rara excepción, todas esas imágenes que comparten conmigo (porque así lo he decidido, porque yo lo he elegido) y los textos, en caso de haberlos, no persiguen plantear grandes ideas, no hay fatuidad en ellas, son instantáneas de vida, un mostrar cómo pasan su tiempo. También hay retratos de su infancia, algunos con sus madres o sus padres.

Todo eso me gusta mucho, mucho. Es lo contrario a lo que yo había vivido en redes hasta hace poco tiempo, más concretamente en Twitter: insultos, amenazas, personas rellenas de bilis, soflamas sin fondo, eructos de periodistas con pelos en la oreja. Ahora la gente que compone mi pequeña realidad en red, que es otra realidad y hasta qué punto, va a playas, pone el culo a remojo, recuerda a su abuela, cuelga un poema, come lasaña, descubre libros que a veces no he leído y otros que prometo leer, va a festivales, comenta su próximo rodaje.

Las veo desde este Madrid que permanece a 40º y podría estar consumiéndome de rabia, sufriendo ataques de aspaviento, tragando miseria, pero no. Vivo estos días como si tuviera a la familia de vacaciones. Me siento eso que en mi época se llamaba "un Rodríguez", y que en mi cabeza representa José Luis López Vázquez y solo él. Sí, eso, me siento una López Vázquez tranquila en la ciudad vacía, recibiendo noticias puntuales de las vacaciones del resto.

Contemplar a las personas a las que he elegido, ver cómo disfrutan, bailan, recitan, viajan y toman la fresca, gozar de esa contemplación es un descubrimiento, y ese descubrimiento se basa en rechazar definitiva y tajantemente todo sufrimiento que sea evitable, la idea de que hay que estar sufriendo todo el día, que no se puede eludir. Se puede, vive dios que se puede. Ya nos procura suficiente miseria este mundito de lo real, de la "realidad real", como para prestarnos a construirnos un lugar paralelo en las redes donde suceda más de lo mismo, y más a lo bestia.

Hay quien piensa que se trata de dinero, que lo hacen por eso, que hay que hacerlo para eso. Seguramente en el pasado yo pensé también que cobraba por vivir en el infierno. Ahora desde mi felicidad de Rodríguez me resulta lejanísimo y brutal.

Ese acto carga con la idea basura de que merecemos el sufrimiento. Es la única manera que tengo ahora, hecha una López Vázquez, de entender cómo tardé tanto en salir de ese pozo. Yo no merezco sufrir. El mundo que yo merezco, como he dejado claro, está lleno de libros, música, arte, cine, gentes que ríen, niños en el mar, brindis vespertinos, hombres y mujeres cultas, memoria de seres queridos e ideas que se dejan caer porque se nos escapan, y después germinan. En el mundo "real" apechugo con lo que venga. En el que yo decido vivir en redes, las personas que elijo disfrutan.

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