Corría septiembre de 2019 y los jóvenes de todo el planeta salían a las calles a manifestarse contra el cambio climático. Sucedieron más de 5.000 movilizaciones en 156 países diferentes que tuvieron su cima con la movilización en Nueva York encabezada por la activista Greta Thunberg. No lo habían hecho nunca contra las desigualdades económicas, la precariedad, los techos que no tienen. Fueron a la raíz, y la raíz es que, como se ha visto en estos últimos tres años, de nada sirven las políticas pequeñas si el planeta resulta invivible para el ser humano. "¡Cómo os atrevéis!", preguntó aquel 25 de septiembre Thunberg a los líderes mundiales durante su intervención en la Cumbre del Clima de la ONU.
Pensé entonces y sigo pensando ahora que es solo cuestión de tiempo que todo cambie a mejor. Esos jóvenes interconectados, con toda la información que requieren a su alcance, nacidos en la era digital y también en pleno desastre medioambiental, ya no van a entender ciertas cosas. De forma natural no van a aceptarlas. Por poner un ejemplo, las corridas de toros, la tortura y asesinato de esas bestias extraordinarias como forma de entretenimiento, no desaparecen porque el Gobierno de turno les retire o no unos subsidios que jamás debieron tener, sino por falta de público.
Sin embargo, y aquí está el eje de lo que quiero decir, los medios de comunicación siguen ofreciendo información puntual de dichos encuentros sangrientos. O sea, los normalizan. Como si realmente sucedieran a la manera antigua, algo muy lejos de la realidad. ¿Por qué? Porque los medios son el arma que le queda a las estructuras más conservadoras, a la derecha más dura, para imponer sus normas, para combatir el avance de las ideas progresistas. En resumen sencillo: A la izquierda, la derecha le planta cara con mentiras, o sea con desinformación, o sea con violencia.
Porque la información es un derecho democrático básico, además de un servicio público de primera necesidad. Sin ella, nos resulta imposible conocer el mundo que habitamos y la forma en la que manejan nuestra sociedad, con nuestro dinero, aquellos en quienes depositamos nuestra confianza. Sin información veraz, cualquier democracia deja de serlo. Deberíamos empezar a llamar a eso por su nombre: violencia informativa.
Yo viví un tiempo en el que asuntos que ahora nos parecen "normales" no lo eran. Pensé en ello hace un par de semanas cuando una periodista atacó con saña, frente a mí, la Ley del Solo Sí es Sí. Le dije que solo era cuestión de tiempo que consideráramos no sólo normal, sino imprescindible, todo lo que esa norma regula. Trató de responderme, pero le recordé que hace algo más de una década ella misma y yo nos habíamos cruzado en un programa similar. Entonces, cargó contra mí por mi defensa de las cuotas en política, en los órganos directivos, sin ir más lejos en espacios de debate como el que estábamos protagonizando en aquel preciso instante.
Ahora a todos, a todas, nos parece normal hablar del techo de cristal, contar el número de mujeres en los consejos de administración o las listas de los partidos, afear un ciclo de conferencias donde solo participan hombres. Entonces, defenderlo, como lo hacíamos desde el feminismo, bastaba para que nos llamaran "dictadoras" y nos dijeran que no creíamos en las capacidades de las mujeres para llegar donde quisieran,
Evidentemente, ahí ha habido un tremendo avance, y todos los análisis dejan clara la diferencia de criterios entre la población menor de 35 años y la población mayor de 65. Los primeros encuentran normales las cuotas, el aborto, el feminismo, la lucha ecológica... Los medios nos los venden como una generación renovadamente machista, violenta, inútil, débil, egoísta. No lo son. Y la prueba es que la sociedad avanza en derechos a medida que se va renovando generacionalmente.
Lo hemos vuelto a ver esta semana con aquel recurso de inconstitucionalidad presentado por el Partido Popular contra la Ley del Aborto de Zapatero. El Tribunal Constitucional lo ha desestimado, y lo cierto es que ni los conservadores esperaban lo contrario. Pensemos que 13 años parecen mucho, al menos en este tema. Sin embargo, podríamos afirmar que en esos 13 años la sociedad ha cambiado tanto que ni el propio PP defiende ya aquella protesta suya.
Yo viví un tiempo en que el presidente del Gobierno podía negar el cambio climático o decir que él conducía bebido si le daba la gana; un tiempo en el que el feminismo era tachado de ridículo y, efectivamente, no era mayoritario; un tiempo en el que la mitad de la población adulta parecía negar el derecho al aborto y la única manera de hacer pública tu opinión consistía en que un medio de comunicación de masas te diera una columna o un micro.
Ahora todo eso ha cambiado. Lo que no ha cambiado es quiénes tienen la riqueza y cómo quieren seguir usándola, incrementándola, acumulándola. En una sociedad cada vez más consciente de sus derechos, en la que la población puede organizarse, movilizarse y expresarse a través de los nuevos medios de comunicación de masas que son las redes sociales, a los sectores conservadores y ultraconservadores les quedan dos armas: la violencia (de Estado) y la mentira, que es lo mismo. O sea, los medios de comunicación. Ya va siendo hora, pues, de que llamemos a la mentira por su nombre: violencia informativa.
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