Posibilidad de un nido

Una vida envidiable en construcción

Una vida envidiable en construcción
Imagen de 愚木混株 Cdd20 en Pixabay

Después de este desmesurado periodo electoral, no me cabe ninguna duda: la violencia machista nos ocupa la cabeza, el alma, la vida entera. Todo lo mancha, todo lo empapa, todo lo arrasa. La violencia machista nos conmueve y nos mueve: trabajamos violencia. Sobre todo nos ocupa la cabeza: ¿Por qué sucede? ¿Cómo plantarle cara? ¿Cómo responder? ¿Qué da resultados? ¿Qué esfuerzo resulta inútil?

Todo lo anterior nos lo imponen. O sea, responder a la violencia no deja de ser algo impuesto por la propia violencia. Resulta el nuestro, así, un territorio poco envidiable, la verdad. Y nuestra vida, poco deseable. En tanto en cuanto vivimos respondiendo a la violencia machista, la violencia machista marca nuestra existencia, lo que en política llaman nuestra agenda.

Esto se me ha hecho especialmente evidente en las pasadas campañas electorales. Han sido tan violentas contra las mujeres que no nos han dejado tiempo para ocuparnos de otros ámbitos. Educación, Cultura, Sanidad, en efecto, pero sobre todo es urgente pensar en nuevas formas de usar el tiempo y de ocupar el espacio que habitamos. Hablamos de conciliación y de sostenibilidad, sin embargo, considero que va más allá. O de otra forma. Hay que pensar en ello seriamente.

Este verano quien más quien menos pasará unos días lejos de la ciudad en la que vive. Podríamos enumerar las veces que alguien propone, como en broma, no volver, montar un negocio en la playa, o una casa en el campo, o un refugio en el monte. Podríamos también echar cuentas de las veces que paseamos inmobiliarias online como quien sueña. O para soñar.

Me viene todo esto a la cabeza tras la posibilidad de que haya un nuevo Gobierno más o menos de izquierdas. Al menos no de derechas. Podríamos alejarnos de su violencia machista por un tiempo, pongamos cuatro años. Me refiero a no permitir que marquen nuestra agenda, o que condicionen nuestras acciones comunes. Podríamos soñar y compartir esos sueños y pelear en serio por acercarlos a casa, a cada casa y a la casa común del feminismo.

No me refiero con esto a cejar un milímetro en nuestra batalla contra la violencia machista y la misoginia, sino a hacerlo a nuestra manera. O sea, elegir cómo hacerlo. Durante estas dos últimas campañas electorales (que han parecido veinte) han sido las derechas, con Vox al mando, con sus supresiones de Igualdad, sus amenazas de desamparo legal a las mujeres etc.,  quienes han trazado el marco de discusión y lucha. Nos toca ahora a nosotras.

Eso siento, que nos toca, y es urgente salir de ahí. Podríamos pensar el feminismo (de verdad y a diario) como otra forma de habitar el mundo y el tiempo, más humana, más austera (en el mejor sentido de la palabra), más culta, más amante de la Tierra y de las vidas, más diversa, más animal, si se me permite. Podríamos no soñar con tener, consumir y gastar, sino con maneras de usar y construir comunes.

Súmale las comidas, las risas, las fiestas de juntarnos, los libros y los bailes, los cines y teatros, los conciertos, los parques, y no se me ocurre un programa mejor para los próximos cuatro años. Además, será el nuestro. Nuestra manera de plantar cara a la violencia machista. Gozando de una vida envidiable en construcción.

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