Posibilidad de un nido

¿Por qué vendemos lo que somos por cuatro malas perras?

Numerosas personas pasean por Las Ramblas, a 30 de junio de 2023, en Barcelona.- David Zorrakino / Europa Press
Numerosas personas pasean por Las Ramblas, a 30 de junio de 2023, en Barcelona.- David Zorrakino / Europa Press

El tipo dice "el turismo deja pasta" y sonríe como si no fuera pobre. Añade: "Crea puestos de trabajo". Pienso en el joven cocinero que entra a las 11 de la mañana y sale a las 2 de la madrugada, 13 horas después, con unos tobillos que a su edad no deberían hincharse tanto. "Todos hemos sido jóvenes", afirman a coro los idiotas y dicen "generación de cristal", sin recordar que a ellos les sobraba tiempo para el porro y las cervezas estivales cada día de sus agostos jóvenes. Pienso: "Díselo al joven cocinero que siete días a la semana descansa dos horas de las 13 que trabaja, que entre ir a casa y volver ya se le va el ratito".

Y también pienso: "Hemos vendido nuestras tierras litorales por cuatro perras, nuestras plazas, nuestras calles, lo que somos". Quien vende a los depredadores, a los bárbaros, la tierra que hereda no merece perdón, dejará un territorio agostado, yermo y nada en herencia, el campo tras el paso de la plaga. Reverencia a la plaga, servidumbre del miserable.

La muchacha que nació en la Barceloneta recuerda cuando vivían allí, todos, su padre y su madre con ella, su abuelo y su abuela, en un piso que era medio piso, tres generaciones como piojos en costura. Felicidad sencilla de barrio marinero. Mira a cámara y se disculpa: "Me estoy emocionando". Cuenta del día en el que se dieron cuenta –"sucedió de repente"– de que todos sus vecinos estaban de paso, un par de días. Poco después alguien llamó por teléfono. "En el barrio ya no quedaba nadie conocido". Vendieron y la familia vive ahora en Tarragona.

El vecino del barrio del Arenal asiente con la cabeza sin palabras. La mujer mallorquina a su lado afirma: "Dormimos con pastillas, esta gente no conoce el respeto, es como si fueran animales, talmente". Desde el balcón en el que yo vivo en el centro de Madrid solo se ven pisos turísticos, entiendo que vendieron los edificios enteros, no sé cómo funcionan estas cosas. Como en Barcelona, como en Mallorca, como en València y Cádiz. En el 60% del centro de Sevilla ya no vive ningún sevillano, según las últimas informaciones.

Pero alguien trazó esas calles hace años, décadas, siglos. Alguien levantó todos esos edificios, las callejas que va a desembocar al paseo, a la plaza. Han pasado generaciones y generaciones por nuestros pueblos y ciudades, hombres y mujeres cuyas vidas permanecen en las huellas de muros y adoquines, extrañadas, poco a poco dejando de ser. En cada centro urbano laten siglos de historia.

En decenas de manzanas a la redonda de mi piso madrileño no queda una frutería o verdulería, carnicería, pescadería, charcutería. Más allá, en el mercado, han convertido los antiguos puestos en carísimos bares idiotas, trampas de consumo para turistas con ganas de comprar alguna idea exótica de corcho duro.

Somos también el territorio que habitamos, y viceversa. Además, en tanto en cuanto lo vivimos, nos pertenece por ese lapso efímero de tiempo, aunque parece que suficiente para destruirlo. Esas calles, esas plazas, avenidas, espacios de vida nos pertenecen. No deberíamos dejarnos convencer de que están en venta. Las gentes abandonan sus barrios porque ya no son habitables, por caros, por extraños, por turísticos. Porque alguien los ha vendido a cambio de cuatro malas perras. A una plaga de depredadores que a su paso deja solo basura y el vacío de quien no reconoce ni aprecia la tierra que pisa.

Ojo, porque lo que estamos vendiéndole al turismo no son solo pisos, plazas, jardines. Es también lo que somos.

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