La mujer dice que en realidad la idea de consentimiento es muy triste. Le resulta, entiendo, poco festiva, más ligada con lo que una permite que con lo que una goza y celebra. Así es, claro. La mujer da una conferencia porque asegura haber pensado mucho en ello, y así lo entiende el resto. Afirma que el consentimiento no significa deseo. O sea, que entre lo que consentimos y lo que deseamos media un buen trecho. No creo que haga falta haber pensado mucho para llegar a esa conclusión.
Las muchachas la escuchan con atención. El auditorio está lleno, no es la primera vez que la escucho, pero sí la primera que veo a tantas jóvenes asistir. Afuera, este otoño tibio avanza hacia las fiestas navideñas disfrazado de sobresalto, travestido de encono, sobreactuado y patético. Las muchachas empiezan a saber lo que es la violencia sexual con bastante claridad. Algunas ya la conocen demasiado bien, desde la infancia o la adolescencia la conocen. Las adultas manejamos un catálogo vasto y deprimente que nos cansa repetir, como entrar en la fiesta de verano con un ramo de cardos secos.
La mujer que asegura pensar mucho afirma que no deberíamos aludir al consentimiento, que ese es un eje equivocado en torno al que tejer nada. Se refiere a las leyes promulgadas por el anterior Ministerio de Igualdad, pero eso no lo dice. Se refiere al Sólo sí es sí, y eso tampoco lo dice. Afirma que el eje debería ser el deseo, nuestro deseo. Que no podemos basar la sexualidad en el consentimiento sino en el deseo. También puede que no diga eso. Sus palabras se escurren entre muchas ideas que no acaban de cerrarse.
Últimamente oigo aquí y allá, sin escuchar demasiado, las críticas al concepto de consentimiento. Son sinónimos palabras como permiso, autorización, conformidad o aprobación. Me sorprende que las críticas, en lo sexual, lo liguen siempre a la desgana. Me sorprende y me hacer cierta gracia, porque es una ligazón que les viene bien. Una elige los puntos de vista que necesita para levantar cualquier razonamiento, y es pueril dar por hecho que son esos los únicos, incluso los atinados.
Escucho a la mujer que habla y pienso en mi deseo. Las mujeres que escuchan piensan también en su deseo. Por ejemplo, aquellas de las que abusaron en la infancia y adolescencia tenemos algunos asuntos turbios que aclarar o no, asuntos con los que avanzamos a ratos sin drama, a ratos furiosas. Ah, el deseo ahí abre unas alas que jamás fundirá ningún fuego. Otras se detienen a pensar en ese asunto por primera vez y una joven expresa sus dudas sobre la calidad "feminista" de su deseo.
A medida que la mujer desacredita la idea de consentimiento, la confusión se va extendiendo. Si esa confusión fuera un charco, ya tendríamos las suelas sumergidas. Pienso que me molestaría mucho que esa agüita sucia de tantos barros de aluvión nos acabara llegando al calcetín. La muchacha que ha dudado dice: "Quizás yo deseo que me violenten, quizás eso no es bueno". Maldigo esa duda. Es una maldición dulce, me siento mayor. Maldigo (poquito y con desgana) a las sembradoras de dudas.
La mujer sigue sembrando, ahora sobre la posibilidad de que todo esto acabe en un juicio a nuestro deseo, al deseo de las mujeres. Esa es una trampa para principiantes, una trampita que no está a la altura ni de lo que se nos está escurriendo por inconsistencia. No es la primera vez que veo cómo alguien coloca ese cepo entre la maleza. Para cervatillas. Y que si el punitivismo. Y que si el deseo no puede medirse ni juzgarse. Y que si el consentimiento, de nuevo, es un concepto triste que no implica deseo. Ni lo implica ni lo contrario. Lo que es seguro que es que supone lo contrario al rechazo o a la inacción. Si yo no consiento, de la manera que sea, con un sí, un beso, un guiño, un abrazo, lo que sea, cualquier acceso a mi cuerpo es una agresión. No me parece tan difícil. No hay trampas ahí.
Cuando la mujer, en su siembra que siembra, afirma que una puede cambiar de idea a medio camino, o sea no consentir y después sí hacerlo o viceversa, cuando dice que incluso el deseo puede estar en el hecho de no consentir, sé que piensa que el resto somos tontas. Se trata de violencia. Todo esto trata sobre la violencia que los hombres ejercen contra las mujeres. Es agotador, porque ahora ya todas sabemos mucho, algunas demasiado.
De pronto una muchacha levanta la mano. "A lo mejor el deseo no es necesario en una relación sexual", afirma, "no sé por qué le damos tanta importancia a eso". El apestoso cepo se ha cerrado. La siembra de la mujer que dice pensar mucho ha dado sus frutos. El agua sucia, efectivamente, nos llega a los tobillos.
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