La visita del Papa a Cuba ha servido para que prensa de todo el mundo arremeta una vez más contra el régimen cubano, al que desprecian, desaprueban y tachan de haber desembocado en un país con ausencia total de libertades. Ante esta situación, a Benedicto XVI no le ha quedado otra que confiar a la madre de Dios el futuro de Cuba, "avanzando por caminos de renovación y esperanza, por el mayor bien de todos los cubanos". Un alivio; podemos respirar tranquilos... o no.
La autoridad moral de la Iglesia católica no es digna de juzgar un régimen como el cubano, no sólo por su complicidad y connivencia en crímenes contra la Humanidad a lo largo de la Historia, sino por formar parte activa del sistema que menoscaba la dignidad y el bienestar de las personas. El propio antecesor de Ratzinger en el puesto, Juan Pablo II, a cuya visita a Cuba en 1998 se hacen tantas referencias estos días, le dio la comunión a Pinochet. ¿De qué estamos hablando entonces?
Benedicto XVI llega ahora a Cuba hablando de renovación, pero una muy diferente a la que él mismo se encargó de parar los pies cuando era prefecto de la Congregación y prácticamente excomulgó a los teólogos de la liberación. Aquellos sacerdotes supieron ver que el pecado ya no es individual, que se ha institucionalidado, que es estructural. Aquellos sacerdotes identificaron al capitalismo en el epicentro de la barbarie global y de nada sirve no pecar individualmente si se participa de estas estructuras, mucho más mortíferas que cualquier humano.
La renovación que sugiere Benedicto XVI parece salida de la mismísima Escuela de Chicago, cuyos preceptos mama y practica la propia Iglesia, invirtiendo en Bolsa, especulando por un lado, mientras por otro exige a sus feligreses ser morales. ¿Morales para qué? No hay que ser bueno por ser bueno, sino para tener un mundo mejor. Sartre decía que la elección moral consiste en elegir un mundo bueno, no en elegirse bueno a uno mismo.
No es ese el camino que marcan los hechos de la Iglesia que lidera el Papa, que llega ahora a la isla y pide por la vecina Haití, a la que, por cierto, ha hecho muchísimo más daño -antes y después del terremoto- el capitalismo, de lo que ha hecho el socialismo en Cuba. Pero ahí no cabe la renovación. Que la Revolución Cubana cometió errores históricos y precisa corregirlos es un hecho, que ansía una renovación es innegable pero no, desde luego, la renovación de Benedicto XVI.
En un momento actual en el que la ausencia de libertades se extiende por todo el mundo, incluida España, quizás deberíamos sopesar qué modelo ha funcionado mejor, cuál de ellos, con los debidos ajustes, sienta con más firmeza las bases para un mundo mejor. Cuál de ellos fue capaz de sobrevivir a una caída del 33% del PIB y de un 85% de las exportaciones (tras la caída de la URSS) y cuál de ellos tiembla ahora ante una caida de un punto del PIB y no duda en amputar derechos y libertades para paliarlo. Quizás deberíamos pensar que, si ese modelo hace eso ahora con esta leve caída, qué habría hecho si hubiera padecido un bloqueo durante medio siglo. Y entonces, quizás, nos hagamos revolucionarios.
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