Publicada la sentencia del juicio a la cúpula del 'procés' se puede afirmar si temor a equivocarse que Junqueras es un ejemplo. Aunque hay otras personas condenadas, me centraré en su figura por ser quien acarrea penas más duras. Pese a haberse inclinado el debate dialéctico hacia la sedición en lugar de la rebelión, la pena de 13 años es tan dura que pareciera que se trata de una mera cuestión de nomenclatura. En ese sentido, el castigo es ejemplar, pero más interesante es aún el ejemplo que representa Junqueras, no sólo para el independentismo, sino para la clase política que pretenda ser honesta y consecuente con sus actos.
Los 13 años prisión e inhabilitación de Junqueras han de servir de ejemplo para quienes pretendan cuestionar la unidad de España. Esa debe de ser la lectura de los sectores más conservadores, si bien es cierto que hubieran preferido penas aún más dura bajo el título de rebelión. Con ese propósito han estado meses y meses contaminando el proceso hablando de un "golpe de Estado" que, en realidad, sólo aparece en sus ensoñaciones y nostalgias.
Sin embargo, Junqueras ha de considerarse un ejemplo desde una óptica bien distinta que, incluso, trasciende en independentismo. La figura de este político catalán representa la honestidad, la integridad y la responsabilidad, independientemente de que se comparta o no su visión. Junqueras tuvo y tiene un sueño que en ningún momento ha tratado de imponer, sino que cumpliendo con el sentimiento democrático que empapa a todo su actuar quiso compartir y consultar con la ciudadanía.
Aquel movimiento no fue unidireccional, sino bidireccional, puesto que no son Junqueras y el resto de cúpula del 'procés' quienes generan independentismo, sino quienes tratan de dar respuesta a esos millones de personas en Catalunya que lo desean. Con todo, repito, nunca quisieron imponerlo, sino consultarlo.
El delito de Junqueras es haber actuado frente a la inacción de Mariano Rajoy. Mientras se gestaba el referéndum, nada hizo Rajoy pese a los intentos de Junqueras. Se penaliza la acción considerándola sedición y, en cambio, la inacción que es la máxima expresión de la dejación de funciones de Rajoy sale de rositas. Ni siquiera se plantea -ni se planteará- juzgar tales no actos de Rajoy, pese a las consecuencias fatales para el destino del país, del Estado que tanto dicen defender quienes todavía continúan enseñando sus fauces pese a los 13 años de cárcel.
Junqueras no huyó a Waterloo, hizo frente a las acusaciones y participó en un juicio que, todo sea de dicho, "no ofreció las garantías necesarias para calificarlo como justo" según los observadores de la FIDH (Federación Internacional de Derechos Humanos) y EuroMed Rights (Red Euromediterránea de Derechos Humanos). Será consecuente con sus actos y con la pena impuesta, sin mentiras, sin retractarse, fiel a unos princios inamovibles e impermeables a tantos cantos de sirena que se escuchan en política.
Por todo ello es un ejemplo, especialmente, para quienes más deseos tienen de que se pudra en una celda cuando, en realidad, quienes ya están podridos aun fuera de prisión son ellos y su moralidad cambiante, su revanchismo, su odio y su oportunismo constante. Con Junqueras entre rejas el independentismo no se apaga, más bien al contrario, crece, se reaviva y no hay artículo 155 capaz de sofocarlo.