La visita de los Borbones a Catalunya se ha convertido en otra arma arrojadiza de la campaña. Las protestas antimonárquicas que se producen se están utilizando por la derecha y, muy especialmente, por el Partido Popular (PP) de una manera torticera. 250 policías antidisturbios adicionales parecen no resultar suficientes para los de Génova, que viendo cómo los sondeos internos revelan su retroceso en favor de Vox, cada vez está más tentado de pedir tanques por la Rambla.
Si tan convencido está Pablo Casado de que a Pedro Sánchez le interesa la violencia en Catalunya, el líder popular ha sido tan necio de hacerle el trabajo sucio al socialista. Y es que él, junto a Albert Rivera y Santiago Abascal, se ha encargado como nadie de echar gasolina en la hoguera catalana. Culpar a Sánchez de lo que ocurra al monarca hoy es tan pueril como culpar de las víctimas de una bomba al artificiero que no consigue desactivarla, en lugar de al terrorista que la colocó.
Claro que habrá protestas contra el rey, como las ha habido siempre. Como suceden en Oviedo cada año cuando se entregan los Premios Princesa de Asturias al grito de "Asturies nun tien rei". La diferencia es que estas protestas en Catalunya se ven envueltas y amplificadas por una sentimiento independentista a flor de piel. Sin embargo, que no se equivoque la derecha: como sucede entre quienes se manifestaban contra la sentencia del 'procés', en las protestas antimonárquicas no sólo habrá independentistas; habrá personas que reclaman desde hace años otro derecho a decicir, el de modelo de Estado, el que abre la puerta a una república. Es de ley que los Borbones sientan en primera persona que no son bienvenidos por millones de personas, sin recurrir para ello a la violencia, claro está.
Nadie abrirá ese melón y mucho menos Pedro Sánchez, cuyo partido hace demasiado tiempo que renunció a sus principios y se erigió como un defensor de la monarquía. Si el líder socialista fuera honesto, tuviera el coraje que se presume a quien lleva las riendas de un país, apuntaría a la derecha que la caceroladas en Catalunya son reflejo de lo que muchos millones de personas compartimos: el deseo de sacudirnos de una vez por todas la imposición de un jefe de Estado que consideramos absolutamente innecesario.
Eso también es campaña y hoy tiene lugar un debate en el que la reforma de la Constitución como solución a la cuestión catalana y, previo a ella, el referéndum sobre qué jefatura de Estado queremos, debería tener un papel relevante. No será así porque, sencillamente, se recurrirá a fuego cruzado y peroratas manidas que nada nos aportan, más allá de evidenciar el nivel de nuestros representantes.